Antes de mi llegada a Taiwán viví una época llena de ilusión y altas expectativas, y esperaba que mis primeros días en Taipei fueran los más felices de mi vida. Sin embargo, mis dos primeros meses en Taiwán resultaron ser muy frustrantes, agotadores y solitarios. Había idealizado demasiado el país y cometí el error de creer que todo sería fácil, pero cada pequeña cosa de la vida diaria se convirtió en un desafío para mí, ya que se me ocurrió la genial idea de lanzarme a esta aventura totalmente sola. Por suerte, mi vida dio un giro de 180 grados cuando conocí a mi novio taiwanés, que se convirtió en mi salvador. Pero, ¿cómo era todo antes? Las pequeñas anécdotas que he recogido en esta entrada son pruebas de lo torpe que fui en los comienzos de mi nueva vida en Asia.
En la ciudad
Por alguna extraña razón, antes de mudarme a Taipei pensaba que tendría muchos templos impresionantes en cada esquina, y también estanques con flores de nenúfar. Me imaginaba una especie de paraíso de estilo chino que poco tiene que ver con la realidad. De hecho, la primera vez que di un paseo por las zonas urbanas de Taipei, pensé que me había perdido en un barrio marginal.
Durante los tres primeros cuatro días me sentía muy incómoda y diferente en la ciudad. Aunque en general pasaba desapercibida, me sentía muy torpe y fuera de lugar en todos los sitios y por momentos deseaba tener un aspecto asiático para sentirme como una más. Tampoco me atrevía a chapurrear las pocas palabras que sabía decir en chino, ya que los taiwaneses son gente extremadamente impaciente.
Además, por aquel entonces no conocía ningún periódico en inglés sobre Taiwán y estaba aislada en lo que a actualidad taiwanesa se refiere. Así las cosas, un domingo salí de casa para comprar mi comida y me di de bruces con un viento que casi me lleva volando. La mayoría de los comercios estaban cerrados y apenas había gente por la calle, aunque tuve la suerte de encontrar algún restaurante abierto. Al día siguiente me enteré de que Taipei estaba en alerta roja por la llegada de un tifón peligroso. Pero en mi ignorancia salí de casa tan tranquila.
Además, por aquel entonces no conocía ningún periódico en inglés sobre Taiwán y estaba aislada en lo que a actualidad taiwanesa se refiere. Así las cosas, un domingo salí de casa para comprar mi comida y me di de bruces con un viento que casi me lleva volando. La mayoría de los comercios estaban cerrados y apenas había gente por la calle, aunque tuve la suerte de encontrar algún restaurante abierto. Al día siguiente me enteré de que Taipei estaba en alerta roja por la llegada de un tifón peligroso. Pero en mi ignorancia salí de casa tan tranquila.
De compras
Después de mudarme a mi nuevo hogar, cada día se hacía más evidente que necesitaba comprar un mini colchón para poner por encima del que ya tenía mi cama. Este tipo de colchones son muy comunes en Taiwán y se utilizan porque los colchones taiwaneses tradicionales se fabrican de una manera diferente a la occidental y son muy duros, tanto que pueden impedir que concilies el sueño. Intenté sobrevivir sin el colchón porque no sabía cómo comprarlo, hasta que llegó un día en que me cansé de estar agotada y no rendir en clase, así que me armé de valor, busqué cómo escribir en chino las palabras "servicio a domicilio" en Internet, las escribí como pude, y me dirigí al Carrefour más cercano. Allí encontré una amplia gama de mini colchones, cuyo precio estaba entre los 60 y 100 euros, y cuando escogí el mío busqué algún dependiente que hablase inglés. Finalmente, me dijeron que si quería pedir el servicio a domicilio lo tenía que hacer en la caja, pero tuve la mala suerte de que la cajera no me entendiese (y mi papelito en chino resultó inútil también). Estaba desesperada intentando comunicarme, hasta que apareció una persona que al parecer tampoco hablaba inglés, pero pudo entender lo que quería. Casi sin dirigirme la palabra o darme explicaciones, me pidió un documento que me identificase y me preparó una tarjeta de miembro del Carrefour, ya que esta era la única manera de conseguir el servicio a domicilio. Me sentí tan orgullosa de haber conseguido mi colchón, que aún conservo el recibo.
Buscando sitios
Me perdía para volver a casa desde mi escuela casi a diario, pero el caso más extremo fue en mi cuarto día en Taipei, cuando me perdí durante cuatro horas y llegué a sitios alejados del centro de la ciudad en los que ni siquiera había metro. Al final conseguí volver a mi hotel en el primer autobús que vi. Fue una de las situaciones más cansadas y frustrantes que viví en Taiwán.
En los restaurantes
Para comer, mi única opción era señalar con el dedo las comidas que me apetecían. Antes de entrar en cualquier restaurante me aseguraba de que su menú tenía algunas fotos o estaba traducido al inglés, aunque lo que más frecuentaba eran restaurantes de lunch box, en los que la comida está en una vitrina a la vista de los clientes.
Por otro lado, mi horario de comidas estaba desfasado. Por más que buscaba, no encontraba restaurantes que me permitieran comer a la hora española, y daba vueltas buscando uno que se adaptase a mis horarios cada día durante más de una hora.
Buscando piso
Me las vi y deseé para encontrar piso mientras malgasté mi dinero durante dos semanas en el hotel más barato de Taipei. Perdí dos oportunidades de mudarme hasta que finalmente encontré mi hogar. Podéis leer la historia completa aquí.
En la escuela
No fui a una de mis clases en la universidad porque no sabía dónde estaba el aula. Por estúpido que suene, sucedió así: en mi primer día de clase fui al campus y busqué la clase, pregunté a gente, y nadie tenía ni idea de donde estaba. Me sentí muy patética y derrotada después de más de media hora buscando y finalmente me fui a casa. Un mes y pico más tarde descubrí que el aula que buscaba no se encontraba en el edificio principal del campus, sino en el departamento de música. ¡Con razón nadie la encontraba!
Pensaba que las ventanas no se podían abrir. La mayoría de ventanas de las casas taiwanesas tienen unas rendijas para bloquear los mosquitos, y eso me hizo pensar que nunca podría abrirlas del todo. Meses después, mi novio taiwanés me demostró que las ventanas sí se podían abrir y que además era muy fácil hacerlo.
No sabía cómo poner la lavadora. Antes de encontrar piso me alojé en un hotel durante dos semanas, y una de las cosas que necesitaba urgentemente era lavar mi ropa, ya que me estaba quedando sin prendas limpias. El día que me mudé una de las cosas que más feliz me hizo fue la lavadora, sin embargo cuando la quise usar me llevé un chasco: ¡estaba en chino! Por suerte, al día siguiente mis caseros me enseñaron cómo utilizarla.
Por último, en Taiwán una de las cosas que nunca se deben hacer es beber agua del grifo. Sabía esto cuando me mudé, pero como mi grifo estaba conectado a un filtro de agua supuse que todo el agua que salía de él era potable. Craso error. Tenía que activarlo primero. Durante más de un mes bebí agua de una potabilidad dudosa... ¡y tuve la suerte de no ponerme enferma!
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