Kawagoe es un pequeño pueblo situado en la prefectura de Saitama, a treinta minutos en tren desde Tokio. Apodado Pequeña Edo o "Koedo" en japonés, fue un importante centro de comercio que abastecía a Tokio, y es famoso por sus karazukuri o casas almacén, que se han preservado desde el período Edo (1603 - 1867) hasta nuestros días. La manera más barata y rápida para llegar desde Tokio es por la estación de Ikebukuro.
Para evitar las masas de gente, decidimos visitar Kawagoe un lunes, pero cuando llegamos al centro del pueblo tuve la sensación de que allí siempre es fin de semana.
Nuestra primera parada fue en el templo Kita-in, que fue fundado 1200 años atrás y que es famoso en todo Japón. Por desgracia, ya no se conserva el edificio original, que se perdió en un incendio en el año 1638. Para reconstruirlo se utilizó material del castillo Edo, que tras la destrucción de éste se convirtió en sus únicos restos. Pero Kita-in es más conocido por las 500 estatuas de Rakan, esto es, figuras de discípulos Buda con expresiones y posturas humanas, todas diferentes entre sí. Fueron talladas en piedra entre 1782 y 1825, y para visitarlas es necesario pagar un billete de entrada.
Continuamos nuestra excursión en Honmaru Goten, construido en 1848 y que es la única parte que queda en pie del castillo de Kawagoe (1457). Durante el período Edo, este edificio estuvo habitado por 21 señores feudales debido a su importancia como punto estratégico cercano a Tokio. Aunque se trate de una de las más famosas atracciones del pueblo, sus puertas estaban cerradas.
Más tarde, ya de camino al centro de Kawagoe, dimos con el santuario Hikawa. Considerado por sus habitantes como protector del pueblo, data del siglo VI y es popular entre las personas que quieren casarse, ya que su principal deidad es el dios shinto del matrimonio. Al igual que muchos otros santuarios japoneses, está rodeado de árboles, haciendo de él un relajante espacio verde en armonía con la naturaleza. Además del precioso edificio principal y alrededores, Hikawa también cuenta con un túnel lleno de emas o tablillas de madera, en las que normalmente se escriben deseos u oraciones.
También es posible participar de la cultura japonesa comprando una omikuji, es decir, una pequeña tira de papel que contiene una predicción sobre el futuro. En este santuario se venden de una manera peculiar: están metidas en cajitas de peces de colores y se consiguen usando una caña de pescar de juguete. Al parecer, si la predicción trae malas noticias, el papelito se deja en el santuario, atándolo a unos postes especiales para ellos. De esta manera se cree que se puede dejar atrás su negatividad.
Antes de llegar al centro visitamos un último templo con el que tropezamos por el camino. Se trataba Kosaiji, que no aparece en ninguna de las guías de Kawagoe y cuya solemnidad y silencio lo envuelven en un halo de misterio. Es un edificio más bien modesto en comparación con los demás, sin embargo para mí sus tonos oscuros y su cementerio hacen de él un conjunto interesante. Durante nuestra corta visita no vimos ni un alma, solo nos acompañaron las tumbas y un silencio sepulcral roto ocasionalmente por el viento, que hizo que me sintiese como en una película de terror.
Y finalmente llegamos a la calle principal o zona Kurazuruki, la más famosa de Kawagoe y en la que se pueden ver las antiguas casas de mercaderes del período Edo. El conjunto de edificios crean una estampa bonita y pintoresca, y sus tiendas venden todo tipo de productos tradicionales japoneses. Una de mis favoritas fue Sawawa, especializada en té verde japonés o matcha, donde tomamos una deliciosa taza de té y mochi hecho a mano. Sin embargo, hubo un aspecto que me decepcionó cuando llegué a Kurazuruki, que no resultó ser exactamente como yo esperaba al tratarse de una calle principal por la que circulan los coches, que de alguna rompen la magia. En mi imaginación había dibujado una callejuela con encanto cortada al tráfico.
Una vez en la calle principal es recomendable prestar atención y encontrar el Toki no Kane, el legendario campanario de Kawagoe y el símbolo por excelencia del pueblo. Al igual que muchos edificios históricos de Japón, fue reconstruido en varias ocasiones, la última en 1893 después de un incendio.
Terminamos nuestra excursión en otro punto famoso de Kawagoe, conocido como Penny Candy Lane en inglés o Kashiya Yokocho en japonés. Como su nombre indica, es una pequeña calle en la que se venden dulces tradicionales japoneses, y en la que aún se conservan casitas antiguas que parecen sacadas de un cuento y que le otorgan cierto aire nostálgico. Por desgracia, cuando llegamos a eso de las cinco de la tarde, todas las tiendas estaban cerradas o a punto de hacerlo, por lo que nuestra visita quedó ligeramente incompleta.
Y así terminamos nuestra excursión a Kawagoe, un pueblo único en el que se respiran paz y nostalgia.
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