Muchas veces había oído decir que Japón es un buen país para vivir y que los japoneses están por delante de los demás en muchos aspectos. Pero no logré entenderlo hasta que lo vi con mis propios ojos en mi viaje a Tokio.
A pesar de ser la metrópoli más habitada del mundo, en Tokio la paz y la tranquilidad están muy presentes. Al tratarse de una ciudad grande esperaba ruido, caos, masas de gente y luces hasta que me diera un ataque epiléptico. Pero no fue así: es tan inmensa que se puede encontrar de todo y se adapta a los gustos de cualquier viajero. Si buscas tranquilidad, la puedes encontrar en cada templo y santuario, o en los jardines. Si lo tuyo es el anime y los productos electrónicos, ahí está Akihabara. Si te gusta la moda, Harajuku o Ginza probablemente te parezcan el paraíso. Si buscas algo tradicional, puedes asistir a una ceremonia del té o ir a cualquiera de los preciosos templos o santuarios. Si lo que te interesa es la historia, te encantará el Museo Edo. ¿Te lo quieres pasar bien? pues ve a Disneyland. Las opciones son infinitas y la tranquilidad es sorprendentemente fácil de encontrar si se busca. Tokio jamás decepciona y cada rincón tiene algo especial.
Mientras estuve allí, me parecía todo tan perfecto que por momentos creí firmemente que los japoneses son más delicados que el resto de los seres humanos; que están hechos de otra pasta. Son expertos en crear belleza, amantes de la perfección. El orden es importante, y de hecho la buena planificación urbana es otro punto clave de mi amor por Tokio. Me fui con la impresión de que en Japón las cosas se hacen bien o no se hacen. Por momentos su perfección resultó realmente abrumadora para mí, y me sigo emocionando hasta que me caen las lágrimas cada vez que recuerdo ciertos momentos en Tokio.
Tokio me pareció utópico en comparación con las demás metrópolis asiáticas y un modelo para los países vecinos (Taiwán incluido) por su limpieza y respeto por la naturaleza. Increíblemente, está casi libre de contaminación, con abundantes espacios verdes en los que uno se puede sentir realmente relajado.
Los tokiotas en general son gente amable y educada dispuesta a ayudar. En casi todas las tiendas y restaurantes ofrecen un servicio de cinco estrellas que te hace sentir como si fueras alguien importante. La consideración hacia los demás es un valor cultural fundamental, y eso probablemente explique, entre muchas otras cosas, por qué los japoneses son tan poco ruidosos (de hecho, en el metro de Tokio se pueden ver carteles que piden a los transeúntes que no escuchen música durante su trayecto, ni siquiera con los cascos puestos, o incluso se sugiere que apaguen el teléfono).
La parte negativa de todo esto es que Japón hizo que mi resentimiento hacia Taiwán creciese. Tokio me abrió los ojos en un aspecto: querer es poder, y la vieja excusa de que "Taiwán es demasiado pequeño para tener espacios verdes en sus ciudades" ya no me parece válida. Japón es todo lo que esperaba que Taiwán fuese antes de mudarme a Asia, y eso explica que Taiwán me decepcionase (mea culpa, lo reconozco).
La parte negativa de todo esto es que Japón hizo que mi resentimiento hacia Taiwán creciese. Tokio me abrió los ojos en un aspecto: querer es poder, y la vieja excusa de que "Taiwán es demasiado pequeño para tener espacios verdes en sus ciudades" ya no me parece válida. Japón es todo lo que esperaba que Taiwán fuese antes de mudarme a Asia, y eso explica que Taiwán me decepcionase (mea culpa, lo reconozco).
En conclusión, puesto que estoy acostumbrada al gran caos que es Asia, podría decirse que Japón superó en absoluto mis expectativas. Si tuviera que describir Tokio en cuatro palabras escogería armonía, eficiencia, orden, y respeto. Por otro lado, sé que ningún país es perfecto. Esta ha sido mi primera vez y, como no podía ser de otra manera, estoy deslumbrada. Tal vez sea capaz de ver sus trapos sucios con el tiempo, pero de momento puedo decir sin que me tiemble la voz que Japón me ha robado el corazón.
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