sábado, 12 de octubre de 2013

Taipéi, día 13: el templo de Baoan

El templo de Baoan, que está al lado del de Confucio, es uno de los templos más famosos de Taipéi. Se acabó de construir en el año 1830. Por suerte para mí, estaba muy vacío en comparación con el de Longshan y, no sé por qué, me sentí bien recibida.










En cuanto me puse delante de la puerta de Baoan me di cuenta de que Longshan está sobrevalorado. Tengo varios motivos para pensar eso, pero el más importante es que el templo de Baoan, además del templo, tiene un jardín con un estanque en el que hay unas carpas enormes. En cuanto entras, puedes ver un mini puente rodeado de plantas. Baoan no sólo me pareció un edificio regioso, sino un sitio en el que pasar la tarde. Había mesas y bancos de piedra e incluso un quiosco en el que me encontré esta imagen tan preciosa:





La diversidad de plantas era considerable, aunque yo me quedé con el bambú, que es una de mis favoritas. En medio de las plantas había varias figuras de piedra que debían representar varias escenas religiosas. En el centro del estanque principal había un dragón, mucho más grande y colorido que el de Longshan, y también flores de loto, o más bien capullos de flores de loto. No es un jardín muy grande, pero vale la pena echarle un vistazo.













El edificio en sí no es mucho más grande que el de Longshan pero, por alguna razón, me gustó más. Tiene dos leones guardianes un poco toscos en las puertas y su estilo es muy parecido al de Longshan. Se podían ver el mismo tipo de ofrendas y también a gente rezando, y la estructura era exactamente la misma. En uno de los altares pequeños había una figura muy parecida a la de los demonios europeos. Por supuesto, no faltaban los faroles amarillos en la entrada principal, ni los rojos en la puerta, además de los guardianes del templo... la verdad es que algunos de ellos no parecen muy hospitalarios.








En frente del templo hay un quemador de dinero. En Taiwán existe la costumbre de comprar dinero falso de color amarillo chillón y ofrecérselo a los dioses o a los muertos quemándolo. Lo llaman «dinero de oro».


Por último, debo mencionar las estatuas de los dioses, que tal vez fueran lo que más me gustó. Van cargadas de joyas y muchos de ellos dan miedo porque parecen de verdad y la expresión de su cara es inquietante. Los guardan en vitrinas y sólo los sacan para hacer procesiones.




viernes, 4 de octubre de 2013

Taipéi, día 11: el templo de Longshan

Después de pasar por un mal trago me di cuenta de que necesitaba algo de paz, así que decidí que lo mejor que podía hacer era visitar algún templo. El único que conocía cerca de mi hotel es el templo más famoso de Taipéi: el de Longshan. Al contrario de lo que alguna gente cree, no es el templo más antiguo de Taipéi, (el más antiguo es el de Guandu). Lo construyeron en 1738, pero lo tuvieron que restaurar varias veces por motivos diversos. Es un templo que combina tanto budismo como taoísmo, aunque en realidad eso en Taiwán no parece ser algo que tenga importancia. La religión aquí no es la cosa rígida que conocemos en Europa, y, de hecho, incluso se adoran como dioses a personas que existieron de verdad, como Matsu (la diosa del mar, que procede de China y es muy venerada en Taiwán) o Confucio.

El templo está cerca de una zona tan comercial como Ximen, por la que pasé antes de llegar. También pasé por una de las calles más antiguas de Taipéi, que se llama Bolipiao. Fui un domingo, pero no estaba tan lleno como esperaba.

Lo que más me sorprendió de este templo fue su estructura, que no tiene nada que ver con la de las iglesias europeas. Cuando me acerqué a sus altares y vi cómo eran, me di cuenta de lo europea que es mi manera de ver las cosas.

Lo primero que te encuentras cuando llegas es la puerta principal del templo, en la que hay una pantalla digital con cosas escritas en chino. Lo normal es que haya dos dragones a cada lado en lo alto, pero eso puede variar dependiendo del templo que visites, aunque en el de Longshan no faltaban, por supuesto. Los dragones están siempre por todas partes, aunque en Longshan eso es  lógico, ya que Longshan literalmente se traduce como «dragón de la montaña».




En cuanto atraviesas la puerta principal, puedes ver unas mini cataratas artificiales que no tienen nada de especial y, al otro lado, un estanque con un dragón dorado en el medio. En la parte del edificio que se ve antes de entrar hay dos faroles rojos para atraer la buena suerte y, en las columnas, más dragones. En cuanto a las puertas, (la otra puerta es una entrada, que no una puerta real) hay dos a cada lado y son de madera. Tienen pintadas las figuras de hombres imponentes que, si no me equivoco, están considerados los guardianes del templo.








Cuando entras, no te puedes meter dentro del edificio. Hay un espacio cubierto para rezar, ofrecer velas o leer con estatuas de Buda y otros dioses delante. También te puedes acercar a la otra parte del templo, que se ve desde ese espacio porque está en frente, y en la que están los altares principales,  a los que, como ya dije, no se puede entrar, por lo que sólo puedes ver a los dioses a una distancia que a mí me pareció excesiva. Creo que en realidad el hecho de que no se pueda entrar en el edificio no se trata de una prohibición, sino que simplemente los templos están diseñados así.






Detrás de los altares principales, delante de los que hay un par de quemadores de incienso (con dragones, ¡cómo no!) están los altares dedicados a las deidades menores del templo, cuyos altares son más modestos.




Puesto que había mucha gente rezando y, por no variar, yo era la única turista y se me notaba a leguas, al principio apenas me atreví a sacar la cámara. Ponerme a sacar fotos como una loca me parecía de muy mal gusto mientras aquella gente rezaba y hacía sus ofrendas con tanta devoción. La religión asiática ha conseguido despertar en mí una sensación de respeto e incluso admiración que la religión católica que me impusieron desde pequeña jamás ha llegado a rozar. La verdad es que me sentía como una invasora de su cultura, porque miraba pero no participaba, y ellos se tomaban los rezos y las ofrendas muy en serio. Me sentía como si estuviera cometiendo un crimen atroz cada vez que usaba la cámara, (que además tiene un flash potente), pero a medida que fueron apareciendo más turistas me fui soltando.

Había gente de todas las edades ofreciendo incienso y rezando, e incluso algunos de los pocos pijos y rappers que hay en Taipéi andaban por allí. Esto me llamó la atención porque son gente que jamás te imaginarías siendo religiosa, pero estaban allí ofreciendo incienso con toda su alma. Aun así, predominaba la gente mayor, de hecho, algunas señoras debían pasar el día entero allí, porque estaban tomando la cena sentadas en una esquina con mucha tranquilidad, como si estuvieran en su casa.

La mayoría de las ofrendas estaban en una mesa de mármol que se situaba justo delante del espacio cubierto para rezar y demás. Entre las ofrendas había flores, (predominan las orquídeas, que además se venden en los alrededores, aunque también vi flores de loto y ramos de flores grandes cerca del altar principal) frutas, y comida que se puede comprar en el supermercado, como por ejemplo esta:











A mí me pareció increíble que a alguien se le pudiera ocurrir ofrecerle eso a un dios, pero parece ser que es algo bastante normal. También vi algún mala y, por supuesto, la gente también ofrece incienso y velas. Las velas y el incienso son muy populares, y estas fotos dan fe de ello.






Obviamente, cuando los taiwaneses hacen una ofrenda siempre es para pedir algo a cambio. Para hacer eso, se tienen que presentar al dios cuando rezan e incluso decirles dónde viven. Cuando me acerqué al altar principal, había una mujer que parecía estar contándoles a los dioses todas sus penas, ajena al mundo. Era muy dramática y expresiva y se retorcía como si estuviera teniendo una experiencia muy mística, ya que supuestamente estaba hablando con los dioses. Estaba de rodillas, y eso me recordó mucho al cristianismo.

Esperaba que hubiera música en directo con gente cantando a coro, pero tenían puesta una música bastante repetitiva en unos altavoces. Que esperase eso demuestra una vez más lo europeo de mi mentalidad, ya que tenía la esperanza de que estuviesen celebrando algún tipo de ceremonia, como en las iglesias. Pero no. La gente va al templo, hace sus ofrendas, reza y se va.

Por último, debo mencionar una tradición que es muy popular aquí y que siempre he querido probar, aunque no me atreví porque me sentía como una intrusa y me parecía ridículo que una europea lo intentase, aunque no tiene mucha ciencia. Se trata de coger dos piezas de madera y tirarlas al suelo tres veces, si no me equivoco. Si las tres veces las dos partes salen del mismo lado, puedes hacerle una pregunta a los dioses, que contestan a través de unos palos con unos números. Dependiendo del número que te toque, tendrás que coger un papel diferente con un mensaje que tal vez necesite la interpretación de un adivino.





La verdad es que me pareció un templo un poco pequeño. Esperaba algo más grandioso, pero mentiría si dijera que me pareció feo. Lo que más me gustó fueron los decorados del techo, que son muy coloridos. En ellos se puede apreciar la antigüedad del templo.







Y os preguntaréis: «Qué harán con la cantidad industrial de flores que deben recibir a diario?» Pues las tiran a la basura sin ningún miramiento. Creedme, lo vi con mis propios ojos.