Antes
de salir de Galicia algunas personas me hablaron de lo maravilloso que es
Taiwán y de lo bien que me lo iba a pasar aquí. Me lo pintaron todo muy bonito
y yo, que soy una inocente, me creí lo que me dijeron y lo pinté todo de color
de rosa. Nada me parecía un problema antes de llegar aquí porque mi entusiasmo
me cegaba, y aunque
sabía que tendría que superar retos pensaba que serían divertidos o, como
mínimo, interesantes.
Pues
bien, las cosas en Taiwán no son tan maravillosas como me las pintaron. ¿Por qué? En
primer lugar, porque me vine totalmente sola pensando (ilusa de mí) que tenía
contactos y que ellos me ayudarían. Sin embargo, ahora que estoy aquí me estoy
enfrentando a la dura realidad: nadie me está ayudando en absolutamente
nada. En seguida me di cuenta de que las cosas serían así, pero antes de
venir jamás me imaginé que estaría completamente sola en una ciudad inmensa y
tan lejos de casa. Saber que no puedes contar con nadie y que a nadie le
importas (en el país en que vives) no es la mejor sensación del mundo. La
parte positiva de esto es que al menos estoy empezando a aprender a valerme por
mí misma, y ahora tengo muy claro que vivir con mamá y papá es demasiado fácil.
En
segundo lugar, comunicarse puede ser horriblemente difícil y a veces tengo que
dar tropecientas mil vueltas si no quiero comer en el mismo restaurante todos
los días. Comprar cosas como por ejemplo folios es todo un reto para mí, porque
cuando entro en las tiendas nunca tengo muy claro qué venden. Me gusta coleccionar
folletos de restaurantes o puestos de comida o bebida que me parecieron buenos,
pero cuando los abro siempre me encuentro con cosas como esta:
Y
tengo el mismo problema con los tiques de compra. El día en que tenga que hacer
una devolución, descubrir qué tique tengo que llevar a qué tienda será una
aventura apasionante.
Por
otro lado, una cosa que me deja un mal sabor de boca es la sensación de torpeza
constante que siento en medio de los taiwaneses. El 80% de las cosas están
escritas en chino, y todos los sitios que visito son sitios que no conozco. Si
me pierdo con facilidad en España, en una ciudad inmensa como Taipéi todo es
mucho más complicado. Y, ¿a quién le puedo preguntar si me pierdo? A nadie, por
supuesto, porque nadie habla inglés. Cualquier pequeña cosa que tenga que hacer
me supone un esfuerzo considerable, sobre todo porque la tengo que hacer yo
totalmente sola.
En
cuarto lugar, también tengo la sensación de que vaya a donde vaya los estoy
invadiendo. Aquí, la mayoría de la gente es de Taiwán, y los demás extranjeros
suelen ser de Asia y no destacan, pero yo tengo un aspecto único, procedo de
una cultura diferente, etc., y eso se nota. En todos los sitios me siento torpe
y fuera de lugar, y jamás sé cómo comportarme. Creo que Taiwán es un país al
que un occidental se puede adaptar, pero, por muchos años que pase uno aquí,
nunca se sentirá taiwanés.
Pero
lo peor de todo es, sin duda, no tener amigos de verdad. ¿Con quién hablo
cuando me apetece desahogarme? ¿A quién llamo cuando simplemente me apetece dar
una vuelta? ¿Quién me consuela cuando me hacen una putada tremenda y tengo
ganas de cargarme a alguien? Pues nadie y, a veces, cuando voy andando por la
calle y veo a grupos de gente de mi edad haciendo vida social mientras yo estoy
sola todos los días sin apenas tener contacto humano me siento muy mal. Ninguna
sensación se puede comparar a esa. Muchas veces me he sentido sola en España,
pero en Taiwán la sensación de soledad es diferente porque es una soledad pura,
ya que realmente no conozco a nadie. En España tenía amigos y familia a los que
acudir aunque eso nunca me pareciera suficiente. Gracias a esta experiencia
estoy aprendiendo a valorar más a las personas y, sobre todo, me estoy dando
cuenta de la importancia de tener una familia. En Taipéi me siento huérfana. Mi
familia española, aunque siga siendo mi familia, está demasiado lejos, y
ninguna llamada telefónica o de Skype puede cambiar eso.
Conclusión:
lo que más deseas se puede convertir en tu peor pesadilla. He tenido momentos
buenos en Taiwán, por supuesto, y nunca me arrepentiré de haber venido, pero a
veces no puedo evitar preguntarme: «¿Dónde coño me he metido?» Eso
sí, ahora puedo decir que sé cómo es la vida real y que aprendí que no es oro
todo lo que reluce. Esta experiencia me está sirviendo para conocerme más a mí misma, descubrir
que no estoy hecha de cartón y que a veces las pequeñas cosas pueden requerir un gran esfuerzo.