domingo, 13 de noviembre de 2016

Busan en fotos

Las fotos que he reunido en este post son una pequeña compilación de las sensaciones que me transmitió Busan y que no tenían lugar en otras entradas. Las cámaras no son lo mío, pero espero que las disfrutéis. 



















Finales de julio de 2016: Busan, la Vigo de Asia

Es curioso cómo a veces los sitios de los que menos esperamos son los que mejores recuerdos nos regalan. Eso fue precisamente lo que me pasó en Busan, una ciudad con una personalidad muy especial de la que me enamoré inesperadamente. Busan es la segunda ciudad más importante de Corea tras Seúl, y en ella se concentran las playas más famosas del país. Y eso era lo que yo contaba con ver en mi viaje: una especie de Benidorm lleno de guiris sin una pizca de cultura o puntos de interés. En los dos días y medio que pasamos allí, visitamos todas las atracciones turísticas más importantes y disfrutamos de su interesante gastronomía.

El primer día lo empezamos por la mitad, ya que habíamos llegado a Corea a las siete de la mañana y lo primero que hicimos fue descansar unas horas en el hotel. El resto del tiempo lo pasamos casi exclusivamente en Taejongdae, que junto a la playa Haeundae es lo más turístico de Busan. Por el camino hacia la estación de Nampo, donde teníamos que coger el bus durante media hora a Taejongdae, se nos descubrió completamente la identidad pesquera de Busan: nos vimos rodeados de tiendas de artículos de pesca y hasta fuimos testigos de cómo una señora remendaba unas redes en plena calle. Aquella imagen me trajo gratos recuerdos de la infancia. 


Taejongdae es un parque natural de tamaño considerable, así que la mejor manera de recorrerlo es hacer cola para coger el mini tren Danubi, que se detiene en todos los puntos de interés. En el recorrido visitamos un mirador con una estatua de una madre con dos niños que según ponía en la placa estaba dedicada a concienciar sobre el suicidio, un problema grave en Corea, y también entramos en nuestro primer templo coreano; pero la parada que realmente vale la pena es la de Yeongdo Lighthouse o el Faro de Yeongdo, donde las vistas son alucinantes. Para terminar la excursión, nos dirigimos a la entrada del recinto, donde compramos unos billetes de barco para hacer un "crucero" de unos 40 minutos que fue la guinda en el pastel. Desde el barco pudimos apreciar unas preciosas vistas de la costa y de la ciudad, y fue interesante estar rodeado de coreanos que se hacían selfies compulsivamente mientras tapaban las vistas a los demás. Sin duda, el paseo en barco fue una manera genial de explorar por completo la costa de Taejongdae, que pudimos apreciar desde muchas perspectivas. Al volver a Nampo dimos una vuelta por el puente Yeongdodaego, y fue en ese momento que Busan me conquistó definitivamente: parecía que había vuelto a Vigo, mi ciudad natal. El parecido es más que razonable.






Ya estaba anocheciendo cuando llegamos a BIFF Square, el centro de vidilla de la ciudad, donde experimentamos una porción de la vida nocturna coreana y comimos snacks callejeros hasta que nuestros estómagos no pudieron más. Según parece, BIFF era una zona ordinaria hasta que se hizo un lavado de imagen en 1996 para acoger el Busan International Film Festival, que le da su nombre. Hoy en día, es una especie de paseo de la fama. asiático donde abundan las tiendas, la comida, y el bullicio. Probamos un poco de todo: calamares con cacahuetes, churros, tteokbokki (pastel de arroz coreano), salchichas picantes, tortitas de pulpo, y una especie de pan con queso y chocolate. 








Al día siguiente madrugamos para visitar Gamcheon, a donde llegamos en taxi por un precio miserable desde la estación de metro más cercana. Su nombre completo es Gamcheon Culture Village, y es una especie de pueblo dentro de la ciudad formado por casas pintadas de colores muy llamativos donde abundan pequeñas manifestaciones artísticas, especialmente los murales. La llaman la Santorini de Corea, pero en realidad el estilo de las casas guarda más parecido con las chabolas brasileñas (no en un mal sentido). El paisaje urbano es radicalmente diferente al del resto de Busan y el arte callejero está presente en cada esquina. El rincón más popular es un pequeño mirador con una estatua de El Principito, donde había una cola de gente para hacerse fotos. Gamcheon me pareció, sin la menor duda, el sueño de todo fotógrafo. 







Pasamos horas sorprendiéndonos con cada rincón de las estrechas calles de Gamcheon hasta que volvimos al centro de la ciudad para comer en el famoso mercado Jagalchi. Aunque sólo se trate de un mercado, fue uno de los más impactantes que vi en todo Asia, con el permiso del Tsusiji Market de Tokio. Se vendía todo el tipo de marisco imaginable: piñas de mar, lombrices de mar que se toman como sashimi y hasta caracolas de mar de tamaño gigantesco. La comunicación fue un asunto difícil y éramos conscientes de que al ser extranjeros probablemente nos estuvieran cobrando más de lo debido, pero no podíamos hacer nada al respecto y teníamos muchas ganas de tomar una auténtica comida coreana. Y en seguida nos dimos cuenta de que estábamos en el lugar indicado: la gran mayoría de personas que estaban en Jagalchi eran coreanos de mediana edad. Jagalchi está dividido en dos partes: en el primer piso se venden los productos y en el segundo hay restaurantes donde se cocinan, pagando una pequeña cantidad extra que incluye entrantes típicos como kimchi o boniato. Para acompañar, tomamos una botella de soju, la bebida alcohólica coreana por excelencia, gracias a la que dejé Jagalchi más contenta de lo que debería. Pero a pesar de todo el marisco exótico, el plato estrella fue el pulpo crudo, que se come cuando todavía está vivo para sentir cómo los pedacitos de pulpo se mueven en la boca. No tenía un sabor especialmente fuerte, y la sensación fue interesante. Aunque pueda parecer increíble el pulpo, ya troceado y en nuestra mesa, se movió durante unos diez o tal vez quince minutos. Una vez deja de moverse la sensación al comerlo no es la misma. 







Continuamos nuestras andanzas en la playa más famosa de Corea: Haeundae Beach. La estampa que nos encontramos al llegar fue espectacular: no cabía un alfiler y el ambiente era de película de cine. No sabría describirlo con palabras, pero me pareció muy especial y había mucho ambiente con tiendas y restaurantes por los alrededores. También fue donde más extranjeros vimos, especialmente sudasiáticos. 




Nuestra siguiente parada fue el templo más famoso de Busan, Yonggungsa. El edificio en sí mismo no es extraordinario, pero su peculiar ubicación al lado del mar hace de él una delicia para los turistas. Se encuentra un poco lejos de la ciudad, pero el viaje en autobús fue barato y llevadero. Antes de llegar, pasamos estatuas de los doce animales del zodiaco chino y un bonito bosque de bambú. Aunque cuenta con siglos de historia, el edificio principal fue construido en los años setenta, pero eso no le quita ni una pizca de encanto. 



Para terminar el día de una manera especial, cogimos el metro a la playa de Gwangalli, otra de las joyas de Busan donde hay un gran ambiente de noche y unas vistas alucinantes. Antes de dar nuestro paseo, hicimos algo que teníamos pendiente desde nuestra llegada: tomar una buena barbacoa coreana. Había muchos restaurantes en la zona y fue difícil escoger. Fue una experiencia deliciosa. 





El último día en Busan decidimos hacer un pequeño viaje a otro templo famoso llamado Beomeosa. Al contrario que el turístico Yonggungsa, Beomeosa resultó ser un remanso de paz y tranquilidad en las montañas, y lo sentimos en cuanto pusimos los pies allí. Aunque fue fundado por un monje hace más de 1300 años, fue renovado en el siglo XVIII tras una invasión japonesa, y el conjunto de edificios actuales datan de esa época. Beomeosa fue una manera preciosa de despedirnos de Busan, una ciudad muy acogedora y con una personalidad fortísima de la que nos dio pena despedirnos.