Aunque desde
un principio he querido evitar que mi blog fuese demasiado personal, creo que
hay historias que merecen ser contadas, y la manera en que conseguí mi piso en
Taipei es una de ellas.
Cuando
aún estaba en España, me pasaron el contacto de un chico que se dedica a ayudar
a extranjeros (especialmente estudiantes) a encontrar viviendas. Al día siguiente de
llegar a Taipei lo llamé y me llevó a ver algunos pisos cerca de mi
universidad, la NTNU. Me enseñó unos cuatro en total, cada uno más
ruinoso y sucio que el anterior. El primero era casi literalmente una ruina,
pero lo estaban reformando. Era viejo, estaba muy sucio, lleno de humedad y por
lo que me dijeron, existía la posibilidad de que los dueños no lo limpiasen
antes de darme las llaves. A pesar de eso, era espacioso y céntrico, así que lo
archivé por si quedaba decente después de la reforma. El siguiente fue el único
sitio realmente aceptable que me enseñaron: nuevo, bonito, limpio y con todo en
perfecto estado.
Después,
me enseñaron un estudio, que consiste en una habitación claustrofóbica en la
que apenas cabe una cama. Incluso los pasillos del edificio eran tan estrechos
que una persona un poco gorda no podría pasar, y el baño era minúsculo también,
además de viejo. Después, como aquél sitio no me gustó (aunque parece ser que
es normal meterse en un antro así en Taiwán, y de hecho insistieron en que no
era un mal sitio para vivir), me enseñaron una azotea. Hay gente que vive en
las azoteas, pero es ilegal y peligroso cuando hay tifones. Además, tampoco
me gustó, no por el tamaño sino porque básicamente consistía en una puerta que
estaba al lado del sitio al que la gente iba a lavar la ropa y si no recuerdo
mal en vez de techo tenía uralita. Parecía una caseta de perro. Así pues,
después de quedarme de piedra con los sitios horribles que me enseñaron, me
decidí por el segundo piso que vi, pero necesitaba compañeros.
Después
de decirle a la persona que me estaba ayudando que me quería quedar con el
segundo piso, él me dijo que había unos chicos de Nicaragua que también estaban
interesados en él, pero que todavía no habían llegado a Taiwán. A partir de ese
momento, empecé a depender completamente de ellos. Aunque a mí no me quitaba el
sueño elegir compañeros (sobre todo porque no conocía a nadie), los
señores nicaragüenses se empeñaron en conocerme antes de firmar el contrato,
como si de un examen se tratara. Tuve un mal presentimiento desde el primer
segundo, pero con la edad he aprendido que a menudo los presentimientos no
significan nada, así que les dije que podríamos vernos en mi universidad. Sin
embargo, llegué tarde al encuentro, y ellos no se molestaron en esperarme. Los
llamé y me dijeron que estaban en otro sitio. Me lo tomé con calma, y volvimos
a intentar vernos sin éxito porque me perdí en el metro y llegué
tarde.
Al
final, me dijeron que no querían el piso que me interesaba, sino uno más viejo
y barato en Wanlong, una zona que
está a unas dos o tres estaciones de metro de la estación de mi universidad.
Fui a verlo y no me entusiasmó, pero ya estaba acostumbrada a la fealdad y
suciedad de los pisos taiwaneses y como estaba muy ilusionada, todo me parecía
bien.
Pasaron
los días sin noticias de ellos. Yo esperaba que hicieran algo para ponerse en
contacto conmigo, vernos y firmar el contrato, y les mandé un mensaje preguntando
cuándo lo firmaríamos (a día de hoy, cuatro meses después, sigo esperando que
me contesten ese mensaje, que estoy absolutamente segura que leyeron) hasta
que cuando ya llevaba unos diez días en Taipei, renovando el hotel barato en el
que me alojaba todos los días porque no sabía cuándo me
llamarían, cogí el toro por los cuernos y le pregunté al chico que me puso en
contacto con ellos cuándo se iban a mudar. Yo, ilusa de mí, daba por supuesto
que podría mudarme al piso con ellos aunque no me dieron una respuesta clara.
En realidad, NO ME DIERON UNA RESPUESTA. Y… ¿qué creéis que me dijo la persona
que me puso en contacto con ellos? «Oh, ya encontraron otro compañero. Van a firmar el contrato hoy». HORROR. Le pregunté si aún había algún piso que tuviese
alguna habitación libre, y la respuesta fue negativa. DESESPERACIÓN.
De
repente, pensé que jamás encontraría un sitio en el que vivir en Taipei y que
tendría que volver a España completamente derrotada. Todo estaba lleno, aunque yo había llegado a
Taipei más temprano que los demás. Y, ¿por qué? pues por esperar por la
respuesta de unos pedazo de escorias sin sentimientos ni educación. Ahora que
el tiempo ha pasado, sé que la culpa también es mía y de mi falta de
experiencia, ya que fui una tonta y una confiada. Yo había visto aquél piso primero y por
culpa de unos pedazos de mierda me quedé sin él.
Después de pasar el que fue uno de los peores días de mi vida (y aun por encima completamente sola), la misma persona que me enseñó todos los pisos anteriores me ofreció un plan B no muy apetecible, pero yo ya estaba resignada a quedarme con lo peor. Me dijo que existía la posibilidad de alquilar una habitación en casa de una señora mayor. Era mi única opción, así que fui a verla. Era barata, pero el piso era uno de esos pisos taiwaneses que tienen cuarenta mil años y jamás fueron reformados. Además de eso, quería un sitio que pudiese llamar «mi casa».
Después de pasar el que fue uno de los peores días de mi vida (y aun por encima completamente sola), la misma persona que me enseñó todos los pisos anteriores me ofreció un plan B no muy apetecible, pero yo ya estaba resignada a quedarme con lo peor. Me dijo que existía la posibilidad de alquilar una habitación en casa de una señora mayor. Era mi única opción, así que fui a verla. Era barata, pero el piso era uno de esos pisos taiwaneses que tienen cuarenta mil años y jamás fueron reformados. Además de eso, quería un sitio que pudiese llamar «mi casa».
Sin embargo, desde España, mi madre se puso manos a la obra y empezó a buscar pisos
en Internet. A mí no me parecía fiable, y no daba un
duro porque encontrase algo decente. Pero ella, como toda madre que se precie, insistió
en que me molestase en contactar con los dueños de los sitios que encontró y
accedí, aunque muy desganada y sin esperanza.
El
dueño del único sitio que me enseñaron fue muy amable y me recogió en la estación
de metro más cercana a la NTNU. Cuando llegamos al piso había otra persona
esperando en la puerta, y resultó que él también estaba interesado en
alquilarlo. Subimos hasta el quinto piso y nos enseñaron una habitación
espaciosa con baño. No era el Palacio de Buckingham,
pero no estaba mal. Decidí que me la quería quedar, cuando, de repente, el
que se convertiría en mi adversario soltó un «Ok, me la quedo».
Empezamos un debate que duraría casi dos horas. Mi nuevo "adversario" era un tipo con una actitud muy chulesca. Sabía lo que quería y no tenía pelos en la lengua. Se me puso farruco desde el primer segundo y quería firmar el contrato al momento, como si yo no existiera. Yo sugerí que al menos lo echáramos a suertes, pero con aquél hombre no se podía discutir. Estaba muy seguro de que aquél piso era para él porque sí, porque lo quería. En cambio, su novia, que era taiwanesa, era bastante razonable. El dueño parecía estar en un gran apuro, aunque la situación le hacía gracia. Los dos inquilinos en potencia necesitábamos mudarnos con urgencia porque llevábamos el mismo tiempo viviendo en un hotel, y como mi rival fue el primero en decir que quería alquilar y la discusión se estaba alargando demasiado, el dueño decidió que él se quedaría con el piso. Una vez más, me sentí deprimida y estúpida. Me quitaron el segundo piso de las manos.
Sin
embargo, el dueño fue bastante amable y compasivo, y al ver lo desesperado de
mi situación, llamó a la persona que se encargaba de alquilar habitaciones en
el mismo edificio, pero en el cuarto piso. En esa misma noche me enseñaron dos
habitaciones que estaban libres y que además eran mejores que la anterior.
Todas tenían baño propio, eran espaciosas, con muebles en abundancia y una de
ellas incluso tenía una tele de plasma. Dije que me gustaba, y me arreglaron
una cita al día siguiente para volver a ver la habitación que quería de una
manera formal y firmar el contrato. Admito que volví a mi hotel ilusionada,
pero tenía miedo de que la historia se tripitiese y no estaría tranquila hasta
que me dieran las llaves.
Así
pues, al día siguiente fui puntual, no me perdí por el camino (esto fue
realmente sorprendente para mí, de hecho sólo había oído la dirección una sola
vez y ya me la había aprendido) y me dieron las llaves incluso antes de firmar
el contrato, que firmé con los dueños al día siguiente. Fue tan poco formal que
me costaba creer que estuviese haciendo algo que era tan importante para mí. La
falta de estabilidad que conllevaba estar en un hotel me estaba volviendo loca.
Sin embargo, nada de
esto me importa ahora porque, al final, he conseguido el mejor sitio al que
podría aspirar, y mucho más aceptable que el antro con el que se quedaron los
nicaragüenses. Como decimos en Galicia, poden «caghar nel».