lunes, 25 de julio de 2016

Dos de julio de 2016: Un día en Taichung

Situada en el centro de Taiwán, Taichung es una ciudad nueva y moderna a tan sólo dos horas en bus de Taipei. Ya había estado allí en al menos dos ocasiones, pero siempre me fui con la sensación de haber hecho visitas muy superficiales en las que no fui capaz de captar el espíritu de la ciudad. Esta vez fui atraída por la exposición Lolita Wonderland, y puesto que me sobró bastante tiempo dediqué el resto del día a explorar algunas zonas (o más bien a comer y beber). 

Empezamos nuestra ruta en la famosísima tienda Miyahara, un símbolo de la ciudad que parece cobrar más y más popularidad entre turistas y locales. En origen Miyahara fue una clínica ofatalmológica fundada durante la época colonial japonesa, cuyo dueño era precisamente el oculista japonés Miyahara. Fue la clínica más grande de Taichung, pero décadas más tarde quedó medio abandonada hasta que fue comprada por la pastelería 日出 Richu, que le sacó el máximo provecho transformándola en una pintoresca tienda de chocolates, helados y pasteles. De hecho, para hacer honor a su pasado los camareros visten uniformes de enfermeros, y el nombre chino sigue siendo el mismo: 宮原眼科 Gongyuan yanke, es decir, clínica oftalmológica Gongyuan. El servicio que ofrecen es exquisito y sus helados tienen un diseño tan tentador que las colas para hacerse con ellos son quilométricas. Pero además del helado, otro de los puntos fuertes de Miyahara es su decoración: por dentro imita una librería de estilo europeo. Antes de comprar el helado se pueden probar algunos de los sabores disponibles en la tienda, que por cierto son muy variados. Nosotros tomamos chocolate con mango, y por 80 NTD más (unos dos euros) añadimos una bola y tres postres para combinar con el helado. El resultado de la mezcla fue visualmente espectacular, pero el sabor no era tan bueno como prometía la cola de gente de la entrada. Sus bombones de chocolate blanco mezclado con caramelo, en cambio, me sorprendieron gratamente, y además de un sabor delicioso cada uno tiene un diseño precioso. 









Más tarde, cansados, decidimos tomar un té con leche en el legendario Chunshuitang 春水堂 de Taichung. Chunshitang es la cadena de té más famosa de Taiwán, ya que supuestamente su dueña es la creadora de la mezcla de té con leche y bolitas de tapioca. Gracias a su fama ha prosperado mucho y se pueden encontrar un gran número de tiendas repartidas por toda la isla, pero la original sigue en el mismo lugar y se puede visitar en Taichung. Y allí nos dirigimos. Para nuestro asombro, no estaba en ninguna de las calles importantes de la ciudad; más bien al contrario: parecía estar arrinconada, aunque llena de gente igualmente. Esperamos unos minutillos hasta que hubo una mesa disponible para nosotros, y tuvimos que esperar nada menos que media hora por nuestras bebidas. Curiosamente, el sabor me decepcionó un poco. Había probado otras Chun Shui Tang que me habían gustado mucho más. Tal vez fuese el cansancio. 







Necesitábamos descanso, sin embargo no pasó demasiado tiempo hasta que nos aburrimos y abandonamos Chun Shui Tang para atiborrarnos de comida en el night market de Fengjia, uno de los más famosos de Taiwán, y según dicen también el más grande. Por el camino, a solo un par de minutos de Chun Shui Tang, pasamos el Butokuden de Taichung, un edificio de la época de Ocupación Japonesa de Taiwán donde se practicaba kendo.




Habíamos llegado un poco temprano, pero gran parte de los puestos de comida ya estaban abiertos y también había muchas tiendas de ropa interesantes en los alrededores. Probamos de todo un poco: caracoles de mar, almejas, calamares rellenos de arroz, sopa de costillas de cordero con medicina china (藥燉排骨 yaodun paigu), etc. 










Cuando nuestros estómagos dijeron basta, decidimos que era hora de regresar a casa. Al lado de la estación de autobús descubrimos un restaurante interesante: estaba dedicado enteramente a Michael Brown y Snoopy. En ese momento casi nos arrepentimos de haber cenado. 





Nos despedimos de Taichung en el Maple Garden, un parque con un modesto lago artificial que tiene buen ambiente y bonitas vistas de noche.





domingo, 17 de julio de 2016

Once de junio de 2016: Sanzhi, Tamsui y Bali

Tras nuestra pequeña excursión a Jiufen y alrededores, quisimos sacarle el máximo provecho a nuestras vacaciones de Festival de Botes Dragón y nos metimos en las montañas de Sanzhi para conocer el templo de las conchas o Dingshan Shell Temple (頂山貝殼廟 Dingshan Beike Miao). 


Sanzhi es un pueblo eminentemente rural cercano a Tamsui. El paisaje con el que nos encontramos allí me sorprendió: a pesar de estar muy cerca de un sitio tan turístico y estimulante como Tamsui, Sanzhi parece un mundo aparte. Todo lo que vimos fueron montes, casas tradicionales y fincas. Fue un choque enorme, ya que no me esperaba tanta naturaleza. Paramos para hacer algunas fotos de las preciosas montañas que conducían al templo, que cada vez parecía más remoto, y seguimos nuestro rumbo. 









Al llegar al templo seguí sorprendiéndome. El ambiente seguía siendo muy rural y el acceso no es realmente fácil, pero eso no impedía que hubiera muchos turistas rezando. Me decepcionó un poco: se supone que los templos son lugares sagrados pero Dingshan parecía un circo. Como si se tratase de un museo o de una atracción turística cualquiera, había unos cuántos guías voluntarios que usaban unos altavoces para controlar a la gente: decirles por dónde tenían que ir, qué tenían que hacer, etc. Siempre he sabido que a los taiwaneses les gusta mucho organizar bien el espacio, pero estaba realmente desconcertada y pronto me sentí incómoda. En seguida nos hablaron para aconsejarnos que compráramos incienso y rezáramos para poder atravesar un túnel que se encontraba detrás del altar principal. Obviamente, no hicimos tal cosa. 




A pesar de todo, el edificio en sí mismo me pareció muy bonito y realmente único. Como su nombre indica, está hecho con materiales extraídos del mar casi en su totalidad, y abundan especialmente las conchas y el coral. Su tamaño es diminuto, así que no se puede gastar demasiado tiempo allí. Sin duda, lo que más destacan son los dos dragones que hay a cada lado de la entrada, que son impresionantes. 







Pero los dragones no están allí de casualidad, ya que detrás de la fundación de este edificio se esconde una leyenda curiosa. Al parecer Jigong, un poderoso dios taoísta, se vio atrapado en un mundo submarino del que no era capaz de salir. Así las cosas, decidió aparecer en los sueños de un hombre pidiéndole que construyese un templo en su honor que recrease la vida bajo el mar, donde precisamente había dragones marinos. Por aquel entonces, el coral y las conchas eran materiales caros y difíciles de conseguir, pero Jigong decidió hacer las cosas fáciles y aparecer en los sueños de un comerciante de coral, que contactó con el primer hombre de los sueños de Jigong y donó todo lo necesario para la construcción del edificio. 

Aunque a mí me pareció muy interesante, mis acompañantes taiwaneses se aburrieron en cuanto llegamos y nos fuimos temprano, ya que el cielo amenazaba con una buena tormenta. En el camino de vuelta me maravillé otra vez con el paisaje e hicimos una breve parada en un mirador desde el que supuestamente se podían ver campos de arroz, que en realidad apenas eran visibles por culpa de la maleza. 






Como todavía quedaban algunas horas de sol, pasamos el resto de la tarde en Tamsui, donde probamos suerte en los típicos juegos de tiro al blanco comunes en las ferias, dimos un relajante paseo junto al río, y tomamos un delicioso helado de bolas de taro. 







Para hacer el día más completo todavía, cogimos el barco para cruzar el río de Tamsui y dar un paseo por el barrio Bali. Está a unos diez minutos de Tamsui y el ticket de ida y vuelta apenas llega a 40 NTD, o sea, poco más de un euro. No tiene mucho que ofrecer: tan sólo hay un pequeño night market que deja mucho que desear en comparación con la variedad disponible en las calles de Tamsui. Decidimos tomar allí nuestra cena, hice algunas compras de chucherías en una tienda de estilo retro y volvimos a casa para descansar. Había sido un día muy largo. 










Nueve de junio de 2016: Montaña y mar en Jinguashi y Bitou

Una pequeña excursión al pintoresco pueblo Jiufen nos llevó a descubrir nuevos paisajes una vez más. Se trataba de la cascada de Jinguashi, un pueblo minero cercano, y Bitou, un pueblo pesquero con unas vistas impresionantes. 

Nuestra primera parada fue en Buyenting, un mirador cercano a Jiufen sobre el que escribí hace unos meses. El paisaje había cambiado un poco: la hierba seca y amarillenta había desaparecido y el verde era protagonista. No nos pudimos resistir a hacer otra parada en Teapot Mountain, otro viewpoint precioso a tan sólo diez minutos en moto. 










Cuando por fin llegamos a Jiufen vimos un armonioso y cuidado cementerio en las montañas, muy diferente de los que había visto con anterioridad en Taiwán, que parecen abandonados y con el espacio mal repartido, como si hubieran sido construidos en un monte cualquiera de manera arbitraria. 





Tras dar una vuelta por las estrechas e interesantes calles de Jiufen y haber probado los famosos helados de bolas de taro en un restaurante (Agan Yi yuyuan, 阿柑姨芋圓) lleno de gente y mal olor pero con unas vistas envidiables, continuamos hacia la fundición de Shuinandong, una fábrica de fundir metales abandonada muy fotografiada en Jinguashi. También conocida como Thirteen Levels porque según algunas fuentes de Internet tenía trece plantas, fue construida durante la Ocupación Japonesa de Taiwán y parte de su historia es un tanto oscura: allí hacían trabajos forzados los prisioneros de guerra del gobierno japonés. Antes de llegar paramos en la catarata de Jinguashi, llamada Jinguashi Gold Waterfall en inglés y famosa por sus colores anaranjados causados por el agua tóxica de las antiguas minas de hierro y cobre. 









Nuestra última parada fue Bitou, un pueblo que había visitado hace más de dos años y que me había parecido el más bonito de todo Taiwán. Está a tan sólo quince minutos de Shuinandong y no me pude resistir a volver. Por el camino disfrutamos de las bonitas vistas de la costa de Nanya, cuyas formaciones rocosas guardan cierto parecido con las de Yehliu. Al llegar nos encontramos una estampa inesperada: la tranquilidad habitual del pueblo había desaparecido y en su lugar había un nutrido grupo de extranjeros haciendo una fiesta con música, un camping improvisado y barbacoa. Bitou es conocido por el Bitou Cape Park, pero apenas nos quedaba tiempo para admirar las vistas y volver a Taipei. Había alguna gente buceando e incluso nos encontramos a una pareja que se dedicaba a recoger erizos de mar para comerlos crudos. Nos enseñaron cómo les quitaban las espinas con una especie de rastrillo e incluso nos invitaron a probarlos y a cogerlos en las manos. Toda una experiencia. 








Para terminar una excursión larga e intensa, paramos a cenar en un rechao (熱炒) cercano a Keelung, donde entre otras cosas probé bebida de aloe vera, pescado crudo y camarones fritos. En los rechaos cada comensal tiene su propio bol, sin embargo no se sirven platos individuales: toda la comida es compartida. 



Aquí terminaron nuestras andanzas por Jinguashi y Bitou, dos sitios con encanto imprescindibles en cualquier viaje a Jiufen.