domingo, 17 de julio de 2016

Once de junio de 2016: Sanzhi, Tamsui y Bali

Tras nuestra pequeña excursión a Jiufen y alrededores, quisimos sacarle el máximo provecho a nuestras vacaciones de Festival de Botes Dragón y nos metimos en las montañas de Sanzhi para conocer el templo de las conchas o Dingshan Shell Temple (頂山貝殼廟 Dingshan Beike Miao). 


Sanzhi es un pueblo eminentemente rural cercano a Tamsui. El paisaje con el que nos encontramos allí me sorprendió: a pesar de estar muy cerca de un sitio tan turístico y estimulante como Tamsui, Sanzhi parece un mundo aparte. Todo lo que vimos fueron montes, casas tradicionales y fincas. Fue un choque enorme, ya que no me esperaba tanta naturaleza. Paramos para hacer algunas fotos de las preciosas montañas que conducían al templo, que cada vez parecía más remoto, y seguimos nuestro rumbo. 









Al llegar al templo seguí sorprendiéndome. El ambiente seguía siendo muy rural y el acceso no es realmente fácil, pero eso no impedía que hubiera muchos turistas rezando. Me decepcionó un poco: se supone que los templos son lugares sagrados pero Dingshan parecía un circo. Como si se tratase de un museo o de una atracción turística cualquiera, había unos cuántos guías voluntarios que usaban unos altavoces para controlar a la gente: decirles por dónde tenían que ir, qué tenían que hacer, etc. Siempre he sabido que a los taiwaneses les gusta mucho organizar bien el espacio, pero estaba realmente desconcertada y pronto me sentí incómoda. En seguida nos hablaron para aconsejarnos que compráramos incienso y rezáramos para poder atravesar un túnel que se encontraba detrás del altar principal. Obviamente, no hicimos tal cosa. 




A pesar de todo, el edificio en sí mismo me pareció muy bonito y realmente único. Como su nombre indica, está hecho con materiales extraídos del mar casi en su totalidad, y abundan especialmente las conchas y el coral. Su tamaño es diminuto, así que no se puede gastar demasiado tiempo allí. Sin duda, lo que más destacan son los dos dragones que hay a cada lado de la entrada, que son impresionantes. 







Pero los dragones no están allí de casualidad, ya que detrás de la fundación de este edificio se esconde una leyenda curiosa. Al parecer Jigong, un poderoso dios taoísta, se vio atrapado en un mundo submarino del que no era capaz de salir. Así las cosas, decidió aparecer en los sueños de un hombre pidiéndole que construyese un templo en su honor que recrease la vida bajo el mar, donde precisamente había dragones marinos. Por aquel entonces, el coral y las conchas eran materiales caros y difíciles de conseguir, pero Jigong decidió hacer las cosas fáciles y aparecer en los sueños de un comerciante de coral, que contactó con el primer hombre de los sueños de Jigong y donó todo lo necesario para la construcción del edificio. 

Aunque a mí me pareció muy interesante, mis acompañantes taiwaneses se aburrieron en cuanto llegamos y nos fuimos temprano, ya que el cielo amenazaba con una buena tormenta. En el camino de vuelta me maravillé otra vez con el paisaje e hicimos una breve parada en un mirador desde el que supuestamente se podían ver campos de arroz, que en realidad apenas eran visibles por culpa de la maleza. 






Como todavía quedaban algunas horas de sol, pasamos el resto de la tarde en Tamsui, donde probamos suerte en los típicos juegos de tiro al blanco comunes en las ferias, dimos un relajante paseo junto al río, y tomamos un delicioso helado de bolas de taro. 







Para hacer el día más completo todavía, cogimos el barco para cruzar el río de Tamsui y dar un paseo por el barrio Bali. Está a unos diez minutos de Tamsui y el ticket de ida y vuelta apenas llega a 40 NTD, o sea, poco más de un euro. No tiene mucho que ofrecer: tan sólo hay un pequeño night market que deja mucho que desear en comparación con la variedad disponible en las calles de Tamsui. Decidimos tomar allí nuestra cena, hice algunas compras de chucherías en una tienda de estilo retro y volvimos a casa para descansar. Había sido un día muy largo. 










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