domingo, 29 de septiembre de 2013

Taipéi, día 10: sola en la otra punta del mundo

Antes de salir de Galicia algunas personas me hablaron de lo maravilloso que es Taiwán y de lo bien que me lo iba a pasar aquí. Me lo pintaron todo muy bonito y yo, que soy una inocente, me creí lo que me dijeron y lo pinté todo de color de rosa. Nada me parecía un problema antes de llegar aquí porque mi entusiasmo me cegaba, y aunque sabía que tendría que superar retos pensaba que serían divertidos o, como mínimo, interesantes.

Pues bien, las cosas en Taiwán no son tan maravillosas como me las pintaron. ¿Por qué? En primer lugar, porque me vine totalmente sola pensando (ilusa de mí) que tenía contactos y que ellos me ayudarían. Sin embargo, ahora que estoy aquí me estoy enfrentando a la dura realidad: nadie me está ayudando en absolutamente nada. En seguida me di cuenta de que las cosas serían así, pero antes de venir jamás me imaginé que estaría completamente sola en una ciudad inmensa y tan lejos de casa. Saber que no puedes contar con nadie y que a nadie le importas (en el país en que vives) no es la mejor sensación del mundo. La parte positiva de esto es que al menos estoy empezando a aprender a valerme por mí misma, y ahora tengo muy claro que vivir con mamá y papá es demasiado fácil.

En segundo lugar, comunicarse puede ser horriblemente difícil y a veces tengo que dar tropecientas mil vueltas si no quiero comer en el mismo restaurante todos los días. Comprar cosas como por ejemplo folios es todo un reto para mí, porque cuando entro en las tiendas nunca tengo muy claro qué venden. Me gusta coleccionar folletos de restaurantes o puestos de comida o bebida que me parecieron buenos, pero cuando los abro siempre me encuentro con cosas como esta:



Y tengo el mismo problema con los tiques de compra. El día en que tenga que hacer una devolución, descubrir qué tique tengo que llevar a qué tienda será una aventura apasionante. 



Por otro lado, una cosa que me deja un mal sabor de boca es la sensación de torpeza constante que siento en medio de los taiwaneses. El 80% de las cosas están escritas en chino, y todos los sitios que visito son sitios que no conozco. Si me pierdo con facilidad en España, en una ciudad inmensa como Taipéi todo es mucho más complicado. Y, ¿a quién le puedo preguntar si me pierdo? A nadie, por supuesto, porque nadie habla inglés. Cualquier pequeña cosa que tenga que hacer me supone un esfuerzo considerable, sobre todo porque la tengo que hacer yo totalmente sola.

En cuarto lugar, también tengo la sensación de que vaya a donde vaya los estoy invadiendo. Aquí, la mayoría de la gente es de Taiwán, y los demás extranjeros suelen ser de Asia y no destacan, pero yo tengo un aspecto único, procedo de una cultura diferente, etc., y eso se nota. En todos los sitios me siento torpe y fuera de lugar, y jamás sé cómo comportarme. Creo que Taiwán es un país al que un occidental se puede adaptar, pero, por muchos años que pase uno aquí, nunca se sentirá taiwanés.

Pero lo peor de todo es, sin duda, no tener amigos de verdad. ¿Con quién hablo cuando me apetece desahogarme? ¿A quién llamo cuando simplemente me apetece dar una vuelta? ¿Quién me consuela cuando me hacen una putada tremenda y tengo ganas de cargarme a alguien? Pues nadie y, a veces, cuando voy andando por la calle y veo a grupos de gente de mi edad haciendo vida social mientras yo estoy sola todos los días sin apenas tener contacto humano me siento muy mal. Ninguna sensación se puede comparar a esa. Muchas veces me he sentido sola en España, pero en Taiwán la sensación de soledad es diferente porque es una soledad pura, ya que realmente no conozco a nadie. En España tenía amigos y familia a los que acudir aunque eso nunca me pareciera suficiente. Gracias a esta experiencia estoy aprendiendo a valorar más a las personas y, sobre todo, me estoy dando cuenta de la importancia de tener una familia. En Taipéi me siento huérfana. Mi familia española, aunque siga siendo mi familia, está demasiado lejos, y ninguna llamada telefónica o de Skype puede cambiar eso.

Conclusión: lo que más deseas se puede convertir en tu peor pesadilla. He tenido momentos buenos en Taiwán, por supuesto, y nunca me arrepentiré de haber venido, pero a veces no puedo evitar preguntarme: «¿Dónde coño me he metido?»  Eso sí, ahora puedo decir que sé cómo es la vida real y que aprendí que no es oro todo lo que reluce. Esta experiencia me está sirviendo para conocerme más a mí misma, descubrir que no estoy hecha de cartón y que a veces las pequeñas cosas pueden requerir un gran esfuerzo. 

2 comentarios:

  1. ¡Compañeiraaa! ¡Ánimo! :D Me estoy acordando de una frase que creo que dijo un chino, o los chinos en general, o quien fuera: "cuidado con lo que deseas, porque puede cumplirse". Sin embargo, una cosa te voy a decir, que no sé si te parecerá absurda u obvia o ambas cosas o ninguna, pero te la voy a decir igual: aunque esté oculta bajo una manta de negatividad (por muy fundada que esté [juas, ¿lo pillas?, manta, fundada, pena no haber dicho edredón nórdico]), esta me parece la entrada más positiva y optimista desde que empezaste el blog. Tarde o temprano empezarás a llevarte con gente, y además, mira todas las anécdotas que estás acumulando... Lo mucho que aprendes ni lo menciono (coherence fail, acabo de hacerlo) porque más claro en tu escrito no podía estar.

    Por cierto, ¿probaste a buscar gente interesante por CouchSurfing y esas cosas?

    ResponderEliminar
  2. Gracias... No me esperaba esas palabras de ánimo. Esa es una frase del Dalai Lama, y más o menos es lo que escribí yo en el último párrafo de esta entrada. Estoy aprendiendo mucho, sí, pero el precio que estoy pagando es muy alto en todos los sentidos. Aun así, creo que cuando me vaya lo echaré de menos, incluso esta época de «soledad». Tengo una mezcla de sentimientos extraña. Tampoco es una soledad absoluta, conozco a algunos taiwaneses y son encantadores, pero a la hora de la verdad cada uno va a su bola.

    No, no he buscado. Cuando por fin llega el fin de semana y tengo tiempo libre me agobio y se me olvida todo lo que tengo que hacer, que nunca es poco.

    ResponderEliminar