sábado, 2 de septiembre de 2017

Ocho de octubre de 2016: Ho Chi Minh City

Vietnam nunca fue un país realmente atractivo para mí, pero se acercaban unas vacaciones y salir al extranjero se había convertido en una tradición, así que aproveché la exención temporal de visado para españoles (que por cierto sigue estando vigente, los españoles podemos entrar sin visado hasta el 30 de junio de 2018) y los precios ridículamente baratos de Vietjet Airlines y me metí en un vuelo rumbo Ho Chi Minh City.

Escogí Ho Chi Minh, también conocida como Saigon, porque está considerada la ciudad más próspera de Vietnam, y también la más segura. Aunque ahora me avergüenza admitirlo, tenía muchos prejuicios contra la capital, Hanoi.

Ho Chi Minh es una ciudad pequeña que se puede explorar a pie. Conserva una cantidad decente de edificios de la era colonial francesa y es famosa por sus museos. Llegamos allí al mediodía y, después de dejar las maletas en el hotel, empezamos nuestro recorrido. Creo que fue en este momento cuando me llevé el primer mini shock cultural: el personal del hotel nos atendía a medias. Lo hacían todo con pachorra y lentitud y charlaban y se reían entre ellos como si estuvieran en un bar en vez de trabajando. Pronto me di cuenta de que no era un caso aislado, más bien al contrario: es la norma en Vietnam.

Nuestra primera parada fue en el famosísimo Mercado Ben Thanh, donde tomamos unos fideos fritos con pollo por un precio ridículo. Es el mercado más turístico de la ciudad, por eso algunos lo tachan de ser poco "real". Yo no estoy realmente de acuerdo, pero algunos vendedores se hacían pesados por momentos. El espacio para moverse era mínimo y como no, fue una experiencia caótica y agobiante donde regatear es imprescindible. Abundaban los souvenirs y sobre todo había mucho café barato que los vendedores intentaban colar a turistas inexpertos. Pero lo que más nos gustó fue el delicioso postre que nos tomamos sentados en taburetes de plástico antes de irnos. Se sirve en un vaso de tubo y se come con una cuchara. Se trata de una mezcla de frutas tropicales, flan, y otras cosas que no fuimos capaces de identificar. Más tarde vimos este postre en otros sitios con ingredientes diferentes, así que no me quedó claro si estábamos ante algo totalmente diferente o simplemente habían cambiado los ingredientes. El edificio del mercado, a todo esto, también fue construido por los franceses en 1859, aunque el mercado ya existía antes de su llegada y el edificio actual ha sido reconstruido.






A nuestro breve e intenso paseo por Ben Thanh le siguieron visitas a distintos puntos turísticos de la ciudad. Básicamente hicimos un recorrido por todos los edificios emblemáticos: la basílica de Notre Dame, donde ni siquiera pude entrar porque estaban en misa, la preciosa Opera House, donde tuvimos la suerte de ver una boda vietnamita con mujeres vestidas en ao dai amarillos y conduciendo motos, y el Ayuntamiento de Ho Chi Minh, una zona con un ambiente más chic y elegante que el resto de la ciudad, y donde vimos ver una estatua del propio Ho Chi Minh, que le da nombre a la ciudad. Al tratarse de un sitio pequeño, hicimos todo a pie y fue muy relajante a pesar de las motos, el ruido y el calor. 











Para el cuarto día dejamos un par de sitios que también son importantes: la enigmática Oficina Central de Correos de arquitectura colonial, que está al lado de la Basílica de Notre Dame y fue diseñada por Gustave Eiffel, el War Remnants Museum y el mercado de Binh Tay. Mi intención era mandar postales desde la oficina, pero estaba rebosante de gente y el ajetreo me quitó las ganas. 





Por otra parte, el War Remnants Museum me decepcionó bastante. No tiene nada que ver con el hecho de que el edificio sea muy básico, pero el contenido me pareció insuficiente. Me ha parecido demasiado visual y muy poco explicativo. En ningún momento se explica el origen de la guerra o sus consecuencias. El primer piso lo ocupan pósters anti-guerra de la época, noticias de periódicos, etc. mientras que en el segundo había paredes cubiertas de fotos sobre la guerra y también de víctimas del agente naranja, que puede afectar a más de dos generaciones. También había algunas armas, pero no me pareció del todo instructivo y me fui con una sensación de vacío. 






El mercado de Binh Tay tampoco me gustó especialmente. Fui allí buscando una experiencia más auténtica porque en teoría está libre de turistas, y de hecho lo estaba, pero la higiene brillaba por su ausencia y no vi nada interesante. 




Tal vez os preguntéis por qué no visitamos la Bitexco Financial Tower, otro gran icono de la ciudad. Lo cierto es que hicimos un intento por tomar una copa allí, y fue un gran fiasco. Nos subimos al ascensor para ir al bar EON51 y cuando entramos no supimos cómo reaccionar. Había música pachanguera en directo y las bebidas del menú eran carísimas. Obviamente esto era de esperarse, pero no contábamos con que los cristales de las ventanas estuvieran parcialmente ahumados (o asquerosamente sucios, no lo teníamos muy claro) y no hubiera vistas por ningún lado. Aunque el servicio era impecable, la música pachanguera no es lo nuestro y los taburetes eran increíblemente incómodos, así que saqué el valor de decirle al camarero, que esperaba pacientemente a nuestro lado para que pidiéramos algo que aquel sitio no era lo que estábamos buscando y nos fuimos. Una vez fuera intentamos comprar entradas para el Saigon Skydeck, pero ya había cerrado. 

Para poner la guinda en el pastel a nuestro viaje, acudimos a un show de teatro de agua vietnamita, que no me quería perder por nada del mundo. En Ho Chi Minh hay un teatro que se llama The Golden Dragon Water Puppet Theatre, y allí nos dirigimos para ver una función de una hora. Aunque es todo en vietnamita y no nos dieron ni un mísero folleto explicativo, fue bastante ameno. La música y los diálogos son todos en directo, y las danzas de dragones y aves fénix en el agua fueron especialmente espectaculares. Se utilizan marionetas de madera y las personas que las manejan se mantienen fuera del escenario en todo momento. Las historias están basadas en leyendas vietnamitas y tienen un fuerte toque folclórico. 



En general, nos llevamos una buena impresión de Ho Chi Minh y nos pareció una ciudad segura. Aun así, cruzar la calle era un deporte de riesgo, ya que los semáforos son casi inexistentes, aunque personalmente a mí me gustaba aquella sensación. Otra cosa que llamó mi atención al momento fue que la ciudad entera estaba empapelada de propaganda comunista, mucha de ella con la cara del Tío Ho. Por otro lado, una de las cosas que más me gustaron de Ho Chi Minh fue el ambientillo que había de noche: muy cerquita de nuestro hotel, en la backpackers area, había una zona de copas dominada por extranjeros con restaurantes que ofrecían todas las comidas y bebidas imaginables a unos precios de risa y con una calidad bastante aceptable. Entre otros platos deliciosos, tomamos mucho pho, los fideos tradicionales vietnamitas, que se sirven con lonchas finas de ternera y varias hierbas que le dan un sabor y olor deliciosos. Además, si vais a Ho Chi Minh, no dejéis de tomar una taza de café en Highlands Coffee, el Starbucks vietnamita del que por cierto no vi ni rastro en Hanoi meses después. 





Termino la entrada dejando caer que perdí las fotos de este viaje y he tenido que recurrir a mi álbum de Facebook, así que la calidad es especialmente mala :/ 

No hay comentarios:

Publicar un comentario