Durante mis dos primeros meses en
Taipei eché mucho de menos tener una familia, así que cuando me mandaron un correo invitándome a ir a la ciudad Taichung (台中) con una
familia taiwanesa que me acogería durante un fin de semana, después de pensármelo
un poco decidí apuntarme para poder acercarme más a la cultura taiwanesa y
llenar un poco el vacío de mi familia. Lo único que me dijeron los
organizadores es que compartiría una habitación de estilo japonés con una
estudiante de Suazilandia, (un país pequeño que está cerca de Sudáfrica) y salí
de Taipei sin tener ningún dato sobre mi familia.
Taichung está a unas dos horas de
Taipei en autobús, pero como no fui capaz de encontrar ninguna información
sobre los autobuses en Internet, decidí ir en el tren de alta velocidad. Me
pareció una buena elección porque además el punto de encuentro con los
organizadores del evento, que nos llevarían a una universidad de Taichung para
reunirnos con nuestras familias, nos habían dicho que nos reuniríamos allí a
eso de las doce. O al menos eso fue lo que yo creí. Así pues, compré el billete
por Internet para sentirme más segura y lo imprimí en el OK- Mart (una tienda
de conveniencia) más cercano. Conseguir que el dependiente entendiera qué
quería hacer fue una odisea que no me voy a detener a explicar. Pagué unos
veinte euros, cifra que me pareció razonable al tratarse del tren de alta
velocidad, y también 25 céntimos extra por el servicio de impresión en el
OK-Mart.
Los trenes a Taichung salen de la
Main Station de Taipei. Como es enorme y ya tuve varias malas experiencias al
perderme allí durante mis primeros días en Taipei, me levanté muy temprano para
encontrar el tren con tiempo. A pesar de mis miedos, lo encontré sin problema y
además tuve oportunidad de ver el famoso tren de Hora de Aventuras de Taiwán, y
también uno de Cartoon Network.
Llegué a Taichung con tiempo de
sobra, y el tiempo se me pasó volando en el tren, que era cómodo y estaba
limpio. Cuando llegué, empecé a buscar algún sitio en el que se pudiera ver
algún grupo de estudiantes, ya que nos dijeron que esperásemos en la puerta de
la estación, pero a mí esa información no me pareció muy precisa porque había
varias en aquella estación, y todas del mismo tamaño. Di muchas vueltas, y aunque
la estación era pequeña yo seguía sin ver ningún grupo. Se hizo tarde. Los
organizadores me llamaron y me dijeron dónde estaba la puerta. Mandaron a una
persona a buscarme. Yo seguía sin ver a nadie. De repente me preguntaron el
nombre de la estación en la que estaba. No tenía ni idea. Por desesperación, le
acabé pidiendo a una local que se pusiera al teléfono y explicase dónde estaba,
y entonces me enteré de que estaba en la estación equivocada y deseé que me
tragase la tierra por haber sido tan tonta. Me habían dicho que esperase en la
estación de tren de Taichung. Y bien, ¿acaso el tren de alta velocidad no es un
tren también? Pues no, las estaciones están separadas. Me indicaron qué bus
tenía que coger para llegar a la universidad y cuando conseguí cogerlo mandaron
a una persona para que me recogiese en la parada más cercana. Estaba nerviosa
porque tenía miedo de no saber dónde parar, pero por suerte el autobús
anunciaba cada parada en una pantalla que mostraba los nombres de las paradas
tanto en caracteres chinos como en inglés. Temía que mi familia me hubiera
estado esperando, pero por suerte cuando llegué me di cuenta de que no me había
perdido nada.
Al llegar a la universidad me
dieron una bolsa con algunas cosas de comer y una botella de agua, además de
una tarjeta con mi nombre. Entré en la sala de actos y me senté de la manera
más discreta que pude. Estaban dando una charla en inglés sobre Taiwán. Aunque
me pareció interesante, estaba un poco fuera de lugar. Había estado acumulando
cansancio toda la mañana, tenía hambre y quería salir a explorar Taichung
cuanto antes. Los estudiantes estábamos sentados en el lado derecho de la sala,
mientras que las familias en el izquierdo. Yo estaba impaciente por saber cuál
era la mía.
Cuando la charla acabó, nos
pidieron que miráramos un número que nos habían dado, y a medida que nos
llamaban, en grupos, íbamos subiendo al escenario sujetando la bandera de
nuestros países. Yo no le tengo amor a la bandera de España precisamente, pero
obviamente no me podía negar a exhibirme con ella en un evento así. Después de
que cada estudiante dijese su número, las familias con el número
correspondiente subieron a recibirnos y se presentaron. A mí me tocó un
matrimonio con dos niñas que me parecieron pequeñas, pero la mayor tenía quince
años aunque aparentase nueve. El padre era un tipo sonriente y reservado, y
hablaba algo de inglés, mientras que la madre era una señora bastante elegante,
culta, más habladora y con un buen nivel de inglés. En cuanto a las niñas, la
mayor era mucho más extrovertida que la pequeña y se atrevió a hablar un
poquito con nosotras. Mi compañera resultó ser una chica muy alta y guapa que por
suerte también hablaba bien inglés, aunque a mí me costaba un poco entenderla
porque no estaba familiarizada con su acento.
Lo primero que hicimos al salir
del salón de actos fue, como no, una pequeña sesión de fotos en el campus, y
después nos llevaron en su coche al Parque de Taichung (台中公園). Allí dimos un paseo y hablamos
un poco con la madre, que claramente era la líder de la familia. Nos contó que
el Parque de Taichung fue fundado por los japoneses en la época de ocupación
japonesa de Taiwán y que es el símbolo de Taichung. En el parque, un hombre que
pertenecía a una de las familias de aborígenes de Taiwán, se ofreció a hacernos
retratos gratis. Solo tuvimos que apuntar nuestros nombres y dejar que nos sacaran
una foto. El motivo es que la ciudad de Taichung le paga por cada persona a la
que retrata.
Después llegó la hora de cenar y
nos llevaron a un tipo de restaurante que según ellos mismos nos dijeron procedía
de China y normalmente era más popular en invierno. En este tipo de restaurante
la comida se mete en una especie de caldero que se coloca en medio de la mesa y
de la que cada comensal saca las cosas que se van cociendo en una sopa. Dentro
puede haber pescado, tofu, verduras, etc. Aunque no estoy segura de ello, creo
que se podría considerar un hot pot,
ya que aunque la caldera sea diferente la comida y la manera de prepararla es
la misma. Había oído sobre este tipo de comida antes, pero esta fue mi primera
vez y me pareció una experiencia especial. Al acabar de cenar, a eso de las
siete u ocho, nuestra familia nos quería llevar a un night market, pero mi compañera dijo que estaba cansada y que
prefería ir a casa. Yo me moría por ir al night
market, pero no me atreví a abrir la boca y sembrar discordia. Así pues,
nos fuimos a casa, no sin que antes de eso yo necesitase usar el baño y no encontrase
ninguno que fuese occidental. Por suerte, en aquel restaurante tenían baño para
minusválidos, que sí lo era.
Mi familia vivía un poco lejos
del centro de Taichung, ya que pasamos más de diez minutos en el coche. Vivían
en un piso espacioso y nuevo que me encantó. Tal y como me habían dicho,
compartí una habitación de estilo japonés con mi compañera. Aunque la puerta
era normal y tampoco había tatami, nuestras
camas consistían en un futón para cada una. Los futones debían ponerse en una elevación de madera de la
habitación. Dormí bien, pero podía notar que mi cuerpo estaba muy cerca del
suelo y estaba un poco duro. Llegamos a casa a eso de las nueve y media, nos
turnamos para ducharnos y nos quedamos dormidas bastante temprano, ya que el
día había sido bastante largo. Mi compañera me contó que en Suazilandia casi
todos hablan inglés porque su país estuvo ocupado por los ingleses durante
varios años. En ese momento entendí por qué me costaba tanto acostumbrarme a su
acento, aunque ella pensó que yo no sabía hablar demasiado bien. Esa noche el
padre hizo algo de tai chi en el
salón y escuchamos, de casualidad, la música que pone para practicar. Nos
pareció que sonaba bien y en cuanto supo que nos gustaba nos grabó un CD a cada
una. En seguida me di cuenta de que había tenido mucha suerte y de que me había
tocado una familia muy amable y generosa.
Al día siguiente la madre nos
despertó muy temprano para acompañar a la familia a hacer tai chi en un colegio. Aunque a mí me parecía interesante, las
niñas protestaban porque creían que es aburrido. La madre nos contó que
ella y su marido llevaban años practicando y que incluso hicieron algún examen
de nivel. Antes de llegar al colegio, paramos a comprar el desayuno (un
sándwich y una botella de leche), que tomamos en el colegio. Tanto a mí como a
mi compañera nos gustó verlos practicar y a mí el tiempo se me pasó rápido.
Además, ese día aprendí que aunque el tai
chi solo parezca cuatro movimientos tontos, es difícil hacerlo realmente
bien, requiere mucha práctica, paciencia y fuerza en las
piernas. Cuando acabaron su práctica, el profesor de tai chi nos regaló un abanico rojo con dos dragones y el yingyang en el medio. Nos recibió como si fuéramos invitadas de lujo y las
dos le dimos las gracias muy contentas, ya que no nos esperábamos semejante
sorpresa.
Cuando volvimos a casa, la madre
preparó té Oolong de una calidad que parecía bastante buena mientras las
niñas hacían los deberes. Se notaba mucho que eran una familia con dinero. En
ese descanso hablamos de varias cosas y nos contó más sobre su familia. Además,
nos dio unos pasteles taiwaneses para picar. Uno era de almendras y azúcar y el
otro, que se llama sun cake (太陽餅, taiyang bing) fue creado en Taichung. Me recordó a las moon cakes, pero los sun cakes son más sencillos y están más
ricos. Aunque a mí en aquella época el té no me gustaba nada y solo me sabía a
agua caliente, me bebí tres tazas. Cuando lo acabamos, nos dio un bote con
hojas de té a cada una.
Cuando volvimos a salir de casa
para comer, paramos en una pastelería que estaba al lado y nos compraron una
caja de los pasteles que acabábamos de probar. Fue todo un detalle, aunque yo
tuve mala suerte y la dependienta se confundió y me dio sun cakes y pinneaple cakes,
que son unos pasteles de piña típicos de Taiwán que no me gustan nada.
Nos llevaron a comer a un
restaurante cuya comida no recuerdo de donde procedía, pero que si no me
equivoco era de Cantón. El sistema era parecido al de la cena del día anterior:
en una mesa giratoria había varios platos con comidas diferentes. Cada comensal
tenía un bol con arroz y se iba sirviendo lo que quería. Ellos bebieron té,
pero como a mí no me gusta me trajeron agua, aunque estaba caliente porque la
usan para preparar el té. En esa comida aprendí una manera bastante curiosa que
los chinos y taiwaneses tienen de dar las gracias cuando les sirven té, que
consiste en golpear los dedos contra la mesa de manera suave.
Esa tarde fuimos a un sitio que
en inglés se llama Calligraphy Greenway. Es un paseo céntrico y con ambiente. Nos
llevaron porque ese día había un festival de jazz, pero cuando fuimos no
estaban tocando. También había varios puestos que vendían cosas para picar y
bebidas. Desde esta zona se pueden
ver varios edificios de Taichung, y se hace muy obvio que es una ciudad muy
nueva. En este paseo también pude ver a gente que pedía donaciones para perros sin
hogar y hacía propaganda para su adopción. Ahora sé que esta práctica es común
en todo Taiwán. Otra cosa interesante que vi fue este algodón de azúcar:
Tanto mi compañera como yo llamábamos mucho la atención en la calle, especialmente por el pelo. Ella lo tenía larguísimo y con trenzas, y yo lo tengo de colorines (siete, concretamente). Pude notar la diferencia con Taipei, donde suelo pasar más desapercibida porque hay más extranjeros (aunque tampoco demasiados). Por otro lado, noté poca diferencia entre las calles de Taipei y las de Taichung, de hecho, la única diferencia que pude percibir fue que Taichung tiene más coches y Taipei tiene más motos.
Esa tarde también nos compraron
el famoso bubble tea, que se inventó
en Taichung (aunque dos sitios se disputan su creación) y, tal y como yo
sospechaba, la cafetería en la que nos lo compraron es la tienda original, que
ahora sé que se llama 春水堂 (Chun Shui Tang). Salimos de allí con prisa porque
uno de los mejores amigos de la madre iba a tener una presentación sobre un
libro que había escrito y ella había prometido ir. Ese día también fuimos a un
centro comercial que tenía este aspecto tan especial:
Aunque yo quería quedarme más
tiempo en Taichung y me sentía a gusto con una familia tan amable y generosa, salí
de Taipei por la tarde porque mi compañera quería volver. Aunque yo no tenía
prisa, ella me dijo que podríamos coger el bus juntas, y que era mucho más
barato (¡poco más de cinco euros!) y como no me apetecía volver a gastar otros
veinte euros y perderme, decidí irme con ella. La familia también prefería que
nos quedásemos más porque tenían planes para nosotras, pero ella estaba
decidida. Llegamos a la estación, que estaba abarrotada, y cogimos nuestro
billete, que va por número. Aunque parecía que íbamos a pasar horas allí, había
muchos autobuses y al final no tuvimos que esperar demasiado. La estación era
pequeña, pero tenían a personal controlando la gente que entraba en el autobús
y gritando los números, que también aparecían en una pantalla. Cuando nos
despedimos, nuestra familia nos dio las gracias (¿?) y se quedaron un rato con
nosotras en la estación. Fueron amables y atentos hasta el final. Me siento
realmente agradecida a ellos y repetiría la experiencia sin dudarlo.
Tras varias paradas en el camino
de vuelta, llegamos a Taipei por la tarde-noche.
Tengo que admitir que en realidad
Taichung no tiene mucho que ofrecer, pero mi familia de acogida hizo que ir valiera
la pena y volví a Taipei cargada (literalmente) de buenos recuerdos. Ellos me enseñaron que para tener un buen viaje necesitas hacerlo con
las personas adecuadas.
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