lunes, 9 de junio de 2014

Taichung, 26 - 27 de octubre de 2013: un finde con una familia taiwanesa

Durante mis dos primeros meses en Taipei eché mucho de menos tener una familia, así que cuando me mandaron un correo invitándome a ir a la ciudad Taichung (台中) con una familia taiwanesa que me acogería durante un fin de semana, después de pensármelo un poco decidí apuntarme para poder acercarme más a la cultura taiwanesa y llenar un poco el vacío de mi familia. Lo único que me dijeron los organizadores es que compartiría una habitación de estilo japonés con una estudiante de Suazilandia, (un país pequeño que está cerca de Sudáfrica) y salí de Taipei sin tener ningún dato sobre mi familia.

Taichung está a unas dos horas de Taipei en autobús, pero como no fui capaz de encontrar ninguna información sobre los autobuses en Internet, decidí ir en el tren de alta velocidad. Me pareció una buena elección porque además el punto de encuentro con los organizadores del evento, que nos llevarían a una universidad de Taichung para reunirnos con nuestras familias, nos habían dicho que nos reuniríamos allí a eso de las doce. O al menos eso fue lo que yo creí. Así pues, compré el billete por Internet para sentirme más segura y lo imprimí en el OK- Mart (una tienda de conveniencia) más cercano. Conseguir que el dependiente entendiera qué quería hacer fue una odisea que no me voy a detener a explicar. Pagué unos veinte euros, cifra que me pareció razonable al tratarse del tren de alta velocidad, y también 25 céntimos extra por el servicio de impresión en el OK-Mart.



Los trenes a Taichung salen de la Main Station de Taipei. Como es enorme y ya tuve varias malas experiencias al perderme allí durante mis primeros días en Taipei, me levanté muy temprano para encontrar el tren con tiempo. A pesar de mis miedos, lo encontré sin problema y además tuve oportunidad de ver el famoso tren de Hora de Aventuras de Taiwán, y también uno de Cartoon Network.



Llegué a Taichung con tiempo de sobra, y el tiempo se me pasó volando en el tren, que era cómodo y estaba limpio. Cuando llegué, empecé a buscar algún sitio en el que se pudiera ver algún grupo de estudiantes, ya que nos dijeron que esperásemos en la puerta de la estación, pero a mí esa información no me pareció muy precisa porque había varias en aquella estación, y todas del mismo tamaño. Di muchas vueltas, y aunque la estación era pequeña yo seguía sin ver ningún grupo. Se hizo tarde. Los organizadores me llamaron y me dijeron dónde estaba la puerta. Mandaron a una persona a buscarme. Yo seguía sin ver a nadie. De repente me preguntaron el nombre de la estación en la que estaba. No tenía ni idea. Por desesperación, le acabé pidiendo a una local que se pusiera al teléfono y explicase dónde estaba, y entonces me enteré de que estaba en la estación equivocada y deseé que me tragase la tierra por haber sido tan tonta. Me habían dicho que esperase en la estación de tren de Taichung. Y bien, ¿acaso el tren de alta velocidad no es un tren también? Pues no, las estaciones están separadas. Me indicaron qué bus tenía que coger para llegar a la universidad y cuando conseguí cogerlo mandaron a una persona para que me recogiese en la parada más cercana. Estaba nerviosa porque tenía miedo de no saber dónde parar, pero por suerte el autobús anunciaba cada parada en una pantalla que mostraba los nombres de las paradas tanto en caracteres chinos como en inglés. Temía que mi familia me hubiera estado esperando, pero por suerte cuando llegué me di cuenta de que no me había perdido nada.

Al llegar a la universidad me dieron una bolsa con algunas cosas de comer y una botella de agua, además de una tarjeta con mi nombre. Entré en la sala de actos y me senté de la manera más discreta que pude. Estaban dando una charla en inglés sobre Taiwán. Aunque me pareció interesante, estaba un poco fuera de lugar. Había estado acumulando cansancio toda la mañana, tenía hambre y quería salir a explorar Taichung cuanto antes. Los estudiantes estábamos sentados en el lado derecho de la sala, mientras que las familias en el izquierdo. Yo estaba impaciente por saber cuál era la mía.

Cuando la charla acabó, nos pidieron que miráramos un número que nos habían dado, y a medida que nos llamaban, en grupos, íbamos subiendo al escenario sujetando la bandera de nuestros países. Yo no le tengo amor a la bandera de España precisamente, pero obviamente no me podía negar a exhibirme con ella en un evento así. Después de que cada estudiante dijese su número, las familias con el número correspondiente subieron a recibirnos y se presentaron. A mí me tocó un matrimonio con dos niñas que me parecieron pequeñas, pero la mayor tenía quince años aunque aparentase nueve. El padre era un tipo sonriente y reservado, y hablaba algo de inglés, mientras que la madre era una señora bastante elegante, culta, más habladora y con un buen nivel de inglés. En cuanto a las niñas, la mayor era mucho más extrovertida que la pequeña y se atrevió a hablar un poquito con nosotras. Mi compañera resultó ser una chica muy alta y guapa que por suerte también hablaba bien inglés, aunque a mí me costaba un poco entenderla porque no estaba familiarizada con su acento.

Lo primero que hicimos al salir del salón de actos fue, como no, una pequeña sesión de fotos en el campus, y después nos llevaron en su coche al Parque de Taichung (台中公園). Allí dimos un paseo y hablamos un poco con la madre, que claramente era la líder de la familia. Nos contó que el Parque de Taichung fue fundado por los japoneses en la época de ocupación japonesa de Taiwán y que es el símbolo de Taichung. En el parque, un hombre que pertenecía a una de las familias de aborígenes de Taiwán, se ofreció a hacernos retratos gratis. Solo tuvimos que apuntar nuestros nombres y dejar que nos sacaran una foto. El motivo es que la ciudad de Taichung le paga por cada persona a la que retrata.





Después llegó la hora de cenar y nos llevaron a un tipo de restaurante que según ellos mismos nos dijeron procedía de China y normalmente era más popular en invierno. En este tipo de restaurante la comida se mete en una especie de caldero que se coloca en medio de la mesa y de la que cada comensal saca las cosas que se van cociendo en una sopa. Dentro puede haber pescado, tofu, verduras, etc. Aunque no estoy segura de ello, creo que se podría considerar un hot pot, ya que aunque la caldera sea diferente la comida y la manera de prepararla es la misma. Había oído sobre este tipo de comida antes, pero esta fue mi primera vez y me pareció una experiencia especial. Al acabar de cenar, a eso de las siete u ocho, nuestra familia nos quería llevar a un night market, pero mi compañera dijo que estaba cansada y que prefería ir a casa. Yo me moría por ir al night market, pero no me atreví a abrir la boca y sembrar discordia. Así pues, nos fuimos a casa, no sin que antes de eso yo necesitase usar el baño y no encontrase ninguno que fuese occidental. Por suerte, en aquel restaurante tenían baño para minusválidos, que sí lo era.




Mi familia vivía un poco lejos del centro de Taichung, ya que pasamos más de diez minutos en el coche. Vivían en un piso espacioso y nuevo que me encantó. Tal y como me habían dicho, compartí una habitación de estilo japonés con mi compañera. Aunque la puerta era normal y tampoco había tatami, nuestras camas consistían en un futón para cada una. Los futones debían  ponerse en una elevación de madera de la habitación. Dormí bien, pero podía notar que mi cuerpo estaba muy cerca del suelo y estaba un poco duro. Llegamos a casa a eso de las nueve y media, nos turnamos para ducharnos y nos quedamos dormidas bastante temprano, ya que el día había sido bastante largo. Mi compañera me contó que en Suazilandia casi todos hablan inglés porque su país estuvo ocupado por los ingleses durante varios años. En ese momento entendí por qué me costaba tanto acostumbrarme a su acento, aunque ella pensó que yo no sabía hablar demasiado bien. Esa noche el padre hizo algo de tai chi en el salón y escuchamos, de casualidad, la música que pone para practicar. Nos pareció que sonaba bien y en cuanto supo que nos gustaba nos grabó un CD a cada una. En seguida me di cuenta de que había tenido mucha suerte y de que me había tocado una familia muy amable y generosa.

Al día siguiente la madre nos despertó muy temprano para acompañar a la familia a hacer tai chi en un colegio. Aunque a mí me parecía interesante, las niñas protestaban porque creían que es aburrido. La madre nos contó que ella y su marido llevaban años practicando y que incluso hicieron algún examen de nivel. Antes de llegar al colegio, paramos a comprar el desayuno (un sándwich y una botella de leche), que tomamos en el colegio. Tanto a mí como a mi compañera nos gustó verlos practicar y a mí el tiempo se me pasó rápido. Además, ese día aprendí que aunque el tai chi solo parezca cuatro movimientos tontos, es difícil hacerlo realmente bien, requiere mucha práctica, paciencia y fuerza en las piernas. Cuando acabaron su práctica, el profesor de tai chi nos regaló un abanico rojo con dos dragones y el yingyang en el medio. Nos recibió como si fuéramos invitadas de lujo y las dos le dimos las gracias muy contentas, ya que no nos esperábamos semejante sorpresa.



Cuando volvimos a casa, la madre preparó té Oolong de una calidad que parecía bastante buena mientras las niñas hacían los deberes. Se notaba mucho que eran una familia con dinero. En ese descanso hablamos de varias cosas y nos contó más sobre su familia. Además, nos dio unos pasteles taiwaneses para picar. Uno era de almendras y azúcar y el otro, que se llama sun cake (太陽餅, taiyang bing) fue creado en Taichung. Me recordó a las moon cakes, pero los sun cakes son más sencillos y están más ricos. Aunque a mí en aquella época el té no me gustaba nada y solo me sabía a agua caliente, me bebí tres tazas. Cuando lo acabamos, nos dio un bote con hojas de té a cada una.



Cuando volvimos a salir de casa para comer, paramos en una pastelería que estaba al lado y nos compraron una caja de los pasteles que acabábamos de probar. Fue todo un detalle, aunque yo tuve mala suerte y la dependienta se confundió y me dio sun cakes y pinneaple cakes, que son unos pasteles de piña típicos de Taiwán que no me gustan nada.

Nos llevaron a comer a un restaurante cuya comida no recuerdo de donde procedía, pero que si no me equivoco era de Cantón. El sistema era parecido al de la cena del día anterior: en una mesa giratoria había varios platos con comidas diferentes. Cada comensal tenía un bol con arroz y se iba sirviendo lo que quería. Ellos bebieron té, pero como a mí no me gusta me trajeron agua, aunque estaba caliente porque la usan para preparar el té. En esa comida aprendí una manera bastante curiosa que los chinos y taiwaneses tienen de dar las gracias cuando les sirven té, que consiste en golpear los dedos contra la mesa de manera suave.



Esa tarde fuimos a un sitio que en inglés se llama Calligraphy Greenway. Es un paseo céntrico y con ambiente. Nos llevaron porque ese día había un festival de jazz, pero cuando fuimos no estaban tocando. También había varios puestos que vendían cosas para picar y bebidas. Desde esta zona se pueden ver varios edificios de Taichung, y se hace muy obvio que es una ciudad muy nueva. En este paseo también pude ver a gente que pedía donaciones para perros sin hogar y hacía propaganda para su adopción. Ahora sé que esta práctica es común en todo Taiwán.  Otra cosa interesante que vi fue este algodón de azúcar:


Edificio cercano a Calligraphy Greenway
Edificio cercano a Calligraphy Greenway

Tanto mi compañera como yo llamábamos mucho la atención en la calle, especialmente por el pelo. Ella lo tenía larguísimo y con trenzas, y yo lo tengo de colorines (siete, concretamente). Pude notar la diferencia con Taipei, donde suelo pasar más desapercibida porque hay más extranjeros (aunque tampoco demasiados). Por otro lado, noté poca diferencia entre las calles de Taipei y las de Taichung, de hecho, la única diferencia que pude percibir fue que Taichung tiene más coches y Taipei tiene más motos. 

Esa tarde también nos compraron el famoso bubble tea, que se inventó en Taichung (aunque dos sitios se disputan su creación) y, tal y como yo sospechaba, la cafetería en la que nos lo compraron es la tienda original, que ahora sé que se llama 春水堂 (Chun Shui Tang). Salimos de allí con prisa porque uno de los mejores amigos de la madre iba a tener una presentación sobre un libro que había escrito y ella había prometido ir. Ese día también fuimos a un centro comercial que tenía este aspecto tan especial:



Aunque yo quería quedarme más tiempo en Taichung y me sentía a gusto con una familia tan amable y generosa, salí de Taipei por la tarde porque mi compañera quería volver. Aunque yo no tenía prisa, ella me dijo que podríamos coger el bus juntas, y que era mucho más barato (¡poco más de cinco euros!) y como no me apetecía volver a gastar otros veinte euros y perderme, decidí irme con ella. La familia también prefería que nos quedásemos más porque tenían planes para nosotras, pero ella estaba decidida. Llegamos a la estación, que estaba abarrotada, y cogimos nuestro billete, que va por número. Aunque parecía que íbamos a pasar horas allí, había muchos autobuses y al final no tuvimos que esperar demasiado. La estación era pequeña, pero tenían a personal controlando la gente que entraba en el autobús y gritando los números, que también aparecían en una pantalla. Cuando nos despedimos, nuestra familia nos dio las gracias (¿?) y se quedaron un rato con nosotras en la estación. Fueron amables y atentos hasta el final. Me siento realmente agradecida a ellos y repetiría la experiencia sin dudarlo.

Tras varias paradas en el camino de vuelta, llegamos a Taipei por la tarde-noche.

Tengo que admitir que en realidad Taichung no tiene mucho que ofrecer, pero mi familia de acogida hizo que ir valiera la pena y volví a Taipei cargada (literalmente) de buenos recuerdos. Ellos me enseñaron que para tener un buen viaje necesitas hacerlo con las personas adecuadas. 


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