El uno de enero de 2014 por fin llegó el
momento por el que había estado esperando desde hacía casi un año: ¡iba a ver los
fuegos artificiales del Taipei 101!
Con la cámara preparada y mucha ilusión, mi
novio y yo decidimos salir de casa a eso de las seis de la tarde para encontrar
un buen sitio, ya que los fuegos eran un espectáculo que no me quería perder
por nada del mundo. Tardé horas en darme cuenta, pero llegar tan temprano fue
un error, ya que el Taipei 101 está en una de las zonas más modernas de Taipei y
sobra sitio para todas las personas que quieran ver los fuegos ese día, sin
estar apretados. Además, la carretera estaba cortada y nos podíamos sentar en
el suelo.
Después de dar una vuelta, fuimos a echar
un vistazo a un pequeño mercado temporal que habían montado cerca. Picamos
algunas cositas y, finalmente, me di por vencida (mi intención original era
esperar durante horas sin moverme de mi sitio, pero pronto me di cuenta de que
sería ridículo) y fuimos a tomar una cena de verdad en el centro comercial del
Taipei 101, en el que parecía imposible encontrar sitio y por el que vagamos
bastante tiempo al acecho.
Al acabar de cenar, seguimos vagando
durante horas sin tener nada que hacer, casi desesperados de aburrimiento,
hasta que por fin llegó el momento. Aunque los taiwaneses no toman uvas ni
tienen cuartos, en la pantalla del propio Taipei 101 contaron los últimos cinco
segundos del 2013, y se podía oír a todos los taiwaneses coreando: “一 (yi), 二
(er), 三
(san), 四
(si), 五
(wu)” Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡¡¡Boom!!!
El tiempo pasó fugaz, y los dos minutos y pico de fuegos me subieron a poco. Fueron como un sueño.
Cuando los fuegos terminaron, la pólvora cubría parte del Taipei 101.
Cuando los fuegos acabaron, abrieron el
metro, que normalmente cierra a las doce. La cola para entrar era enorme y
había varias personas controlando a las masas que entraban. Nosotros,
milagrosamente, conseguimos colarnos en la primera tanda. En ese momento, me
pareció increíble que tantísima gente se fuese a casa después de ver los
fuegos, y también que en la zona no hubiera nada. Ningún tipo de fiesta. Nada,
simplemente nada.
Obviamente, esa noche abrieron todos los
bares y discotecas. Hubo fiestas de fin de año y estuvieron a tope. Pero a mí
no me pareció nada especial. Las calles estaban desiertas. Casi no había ruido.
No se respiraba el mismo ambiente que hay en Galicia por fin de año, con gente
celebrando como loca en cada esquina. Aunque me gusten los fuegos, si tengo que
elegir me quedo con el fin de año de mi pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario