lunes, 12 de octubre de 2015

Home, sweet mountain

Tras haber pasado casi un año viviendo en un barrio cochambroso de Taipei, tuve una oferta interesante de mudanza: se trataba de una casa en las montañas situada en el distrito de Xindian. Había sido comprada hace un par de décadas por la madre de mi novio para sus padres, pero a medida que éstos se hicieron mayores, su madre decidió comprarles otra vivienda en la ciudad, para tenerlos cerca y hacerse cargo de ellos. Así las cosas, la casa de las montañas quedó semi abandonada durante años. 

El día que me la ofrecieron, un montón de dudas se acumularon en mi cabeza: ¿cómo podría seguir en contacto con la civilización? ¿Cómo comprar comida? ¿Cómo pagar las facturas? ¿Cómo...? Para salir de todas mis dudas, un día de verano nos acercamos a ella para conocer los alrededores y saber si había autobuses para llegar a la ciudad. 

La primera vez que visité el complejo, que es una comunidad y está en una zona llamada Caocheng, me quedé de piedra. No me habían ofrecido una "casa" como yo esperaba, sino que se trataba de un sexto piso entre un bloque de edificios de 18 pisos cada uno, pegados los unos a los otros, todos exactamente iguales, pintados del mismo color gris. Me pareció increíble que incluso en las montañas se construyeran cosas de este tipo. El paisaje recuerda al de Hong Kong en cierto modo, pero en un tamaño mucho más reducido. Por el camino, mientras subíamos la colina que conduce a la casa, pasamos otras comunidades, que para mi asombro sí tenían casitas pequeñas y acogedoras, separadas las unas de las otras. Crucé los dedos para que alguna de ellas fuera la mía, pero no tuve suerte. Jamás había visto una casa real en Taiwán hasta aquel día, ya que lo normal es vivir en apartamentos. 





No dejéis que las fotos os engañen: son un puñado de edificios en medio de las montañas, lo juro. 

Entonces, ¿por qué acepté mudarme a las montañas? Para empezar, el piso que me habían ofrecido era mucho más nuevo y espacioso que el antro en que había vivido con anterioridad, donde pagaba 215 euros al mes solo por una habitación diminuta. Tiene ascensor, tres balcones, tres habitaciones, dos baños con bañeras (en lugar de la típica ducha - manguera taiwanesa), cámaras en todos los rincones, un portero y, en tiempos mejores, una piscina. La única pega era el transporte, pero pronto me acostumbré a pasar 45 minutos en los autobuses para llegar a la ciudad. Al menos son eficientes, puntuales y baratos. 


A veces es duro vivir aislado. El aburrimiento puede ser desquiciante. Las únicas tiendas que se pueden encontrar son un 7-11 y un Family Mart, que ofrecen poca variedad de productos a precios poco competitivos. Aparte de eso, solo hay bosque, y no es raro que muchos bichos extraños se me cuelen en casa. La parte positiva es que el espacio es más grande, el aire es más puro, no hay contaminación acústica y en verano se pueden ver muchas libélulas y oír a las cigarras cantar. 



Pero hay más. Un día caluroso, hace cosa de un mes, me aventuré a hacer algo de senderismo en los alrededores. Yo siempre había estado convencida de que había algo aparte de casas, pero mi novio, que había pasado allí parte de su infancia, insistía en que no había absolutamente nada. Caminamos un poco y lo que nos encontramos fue sorprendente. Entre otras cosas, pasamos por las mejores vistas de Xindian, vimos arañas gigantes, y dimos con el lago más extraño que jamás habíamos visto, que contaba con un karaoke improvisado al aire libre. Fue una grata sorpresa encontrar semejante pulmón al lado de casa. 







Taiwán es una caja de sorpresas. Jamás me habría esperado encontrar un sitio como este. No sé si he sido capaz de transmitir mi idea y lo diferente que es Caocheng, pero en un lugar donde la "conveniencia" es la mayor prioridad,  mi comunidad es un mundo aparte. 


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