Mi primer
cuatrimestre en la NTNU por fin ha terminado y estoy inmersa en unas largas y
tediosas vacaciones de Año Nuevo Chino. En las dos útimas semanas de clase
experimenté una extraña mezcla de sensaciones: por un lado, estaba deseando que
todo terminase de una santa vez y poder vivir como las personas normales. Por
el otro, la llegada de las inevitables vacaciones me atormentaba: no solo porque
me apasione ir a clase, sino porque era consciente de que todas mis amigas más
cercanas volverían a sus países y yo me iba a quedar más sola que la
una. Precisamente acabo de despedir a la última en el aeropuerto.
Como ahora tengo
tiempo de sobra que perder, he hecho una balanza de mis cuatro meses en la
universidad y he llegado a la conclusión de que probablemente hayan sido los
más locos de mi vida. No porque me haya pasado el rato saliendo como si no
hubiera mañana (¡ojalá!), sino porque en mi afán de ser buena alumna he perdido
por completo la cabeza.
Empecemos por el principio.
Como seguramente haya dejado caer en alguna ocasión, yo nunca he sido una
persona competitiva. Antes de Taiwán, mi máxima aspiración en la vida era
graduarme, conformarme con un trabajillo cutre y, si acaso se presentase la
oportunidad, hacer un pequeño viaje a Asia cuando rondase los treinta. Ahora mi
punto de vista ha dado un giro de 180 grados y quiero algo grande, sé que tengo
un potencial que no debo desperdiciar. Pero estudiar en la NTNU es CARO, y
cuando solo llevaba un mes de curso se me ocurrió la
genial idea de alquilar un apartamento sola en el centro de Taipei, que se
convirtió en una gran carga económica.
Así que dependo de la beca de la NTNU para salir adelante, pero en el
segundo año se concede a muy pocas personas (tal vez cuatro o cinco), y los
profesores, obviamente, favorecen a los alumnos con mejores notas.
Por eso decidí que yo iba
a ser la mejor y me volqué en los estudios al 100%. Progresivamente, se
convirtió en una obsesión enfermiza: en cuanto salía de clase empezaba a hacer deberes y a
estudiar en el metro, y a veces incluso los empezaba en el descanso para comer
o en los descansos entre clases. Llegaba a casa a eso de las nueve y
continuaba. Siempre intentaba entregar todo antes de tiempo y si me era posible
hacía ración doble. En época de exámenes, repasaba el día entero y no me
permitía salir de casa bajo ningún concepto, estudiaba una media de doce horas
al día para asegurarme de que memorizaba todo tal cual los libros, pues ya os
podréis imaginar que en chino es muy fácil cometer errores. Mi vida se convirtió en un ir y venir constante y siempre estaba alterada. Si
tenía algo mal en los deberes, en seguida me venía abajo, y sacar menos de un
nueve en un examen era una vergüenza imperdonable. Fui mucho más dura conmigo
misma de lo que fueron los profesores, y mis esfuerzos nunca me parecían
suficientes. Las escasas veces que me permitía el lujo de salir de casa hacían
que me sintiese un ser abominablemente negligente.
También en esta etapa,
descubrí que no solo existen conductores agresivos, sino también peatones
agresivos, y por supuesto, yo soy uno de ellos. Cualquier cosa que no tuviera
relación con las notas era una absurda pérdida de tiempo y tenía una agenda
ridículamente apretada, así que iba por la calle como loca y si me
cuadraba en sitios con mucha gente o personas lentas delante, perdía los
estribos. Perder el metro también se convirtió en una derrota inaceptable, y
esperar por los semáforos me ponía literalmente ansiosa. De hecho, precisamente
durante estos meses he desarrollado un comportamiento ansioso, y cuando se me
acumula mucho estrés noto que mi corazón va a cien por hora y también tengo
dolores esporádicos en el pecho, propios de los ansiosos.
Pero, ¿cómo de terrible es la
competitividad en mi grado? Os contaré el ejemplo más rotundo. Hace un par de
meses tuve un control de la asignatura más difícil que tenemos en primero:
Integrated Chinese. Saqué un 99 en ese examen porque se me olvidó poner un
puntito, y lejos de estar contenta por la nota me sentí muy decepcionada
conmigo misma. Pero la cosa no acaba aquí: mi compañera vietnamita me superó
con creces sacando no un cien, sino un 110, pues contestó una pregunta extra
para añadir puntos que nadie sabía porque no entraba en la materia. Y este es
mi día a día en la NTNU: por mucho que me esfuerce, siempre hay un vietnamita
que me supera. No logro entender su capacidad inhumana para saberlo todo. La última
semana de clase mi nivel de estrés alcanzó cuotas tan delirantes que tuve
pequeñas discusiones con todos los profesores porque creía que mis notas
no eran suficientemente altas, y di las vacaciones con un mal sabor de boca por
culpa de mi actitud. Se me fue completamente de las manos.
Ahora que ya han
terminado los exámenes no me siento realmente satisfecha con los resultados (en
dos asignaturas ni siquiera llegué a una media de nueve). Considero que hice
esfuerzos en vano, y aunque no estoy dispuesta a tirar la toalla sí considero
necesario tomar las cosas con más calma. Concienciarme de que la falta de beca
no es el fin del mundo, pensar en positivo y aprovechar las ofertas de empleo
abundantes de Taipei son mis nuevas metas para el cuatrimestre que viene,
porque el papel de chica diez me viene grande y por momentos siento que está
afectando a mi salud. En resumen, debo adoptar la filosofía de Dennis Brown
y dejar de verlo todo blanco o negro, aceptar las cosas como vienen, buscar
soluciones a los problemas y abandonar mi actitud derrotista y competitividad
exacerbada.
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