A medida que el día de dejar Taipei para volver a mi país se acercaba, tras pasar diez meses lejos de mi familia y mis amigos, una extraña mezcla de
sentimientos impedía que me sintiera triste o contenta. Vivir en una habitación pequeña me hacía sentir como un pájaro enjaulado,y la morriña me estaba matando. Pero ¿tenía realmente ganas de volver a Galicia? Pues no tantas como debería.
Para bien o para mal, me había acostumbrado a la vida en Taipei. Estaba llena de miedos porque el cambio de mudarme de Europa a Asia había sido tan intenso que mi lugar de nacimiento se había convertido en algo extrañamente desconocido para mí, y no sabía cómo me sentiría allí. Mi obsesión era tan exageradaque incluso llegué a pensar que la vuelta podría poner en peligro la relación con mi novio taiwanés, que se iba a venirconmigo. ¿Y si no se adaptaba? ¿Y si no hacía amigos? ¿Y si era incapaz de comunicarse? ¿Y si se aburría? ¿Y si se sentía marginado? ¿Y si se sentía incómodo? ¿Y si no teníamos nada que hacer? ¿Y si...?
Por suerte, todos mis temores quedaron en nada y los dos tuvimos las mejores vacaciones que jamás podríamos haber deseado. Tras una breve parada en Madrid, llegamos a mi verdadero hogar en las Rías Baixas y allí todo fue diversión, reencuentros familiares, paseos al sol y pequeñas excursiones a paraísos naturales. Mi casa me parecía un palacio y me sentí mucho más cómoda y libre viviendo otra vez en un sitio espacioso y cercano a la naturaleza. Mi habitación había pasado a convertirse en el museo de una vida que parecía no haber existido nunca. Esto es lo que pasa al mudarse de un continente a otro: pasas a vivir dos vidas diferentes; dos realidades paralelas. Cuando estás viviendo en una de ellas, tienes la sensación de que la otra no ha sido más que un sueño y viceversa. Al volver a Galicia también me sentí en contacto con la naturaleza otra vez, y por primera vez en mi vida me di cuenta de la suerte que había tenido por nacer en un sitio tan especial. Cada pequeño detalle me parecía increíblemente hermoso, y disfrutaba al máximo en cada lugar que visitaba. Vivir en un desierto como Taipei me había abierto los ojos. En nuestro primer día, a pesar de lo cansados que estábamos,nos sentíamos demasiado entusiasmados y rodeados de cosas nuevas y no nos apetecía descansar.
Como mi novio era nuevo en Galicia, no faltaron las excursiones fuera de mi pueblo. Visitamos Vigo y Pontevedra, y en ambas ciudades tuvimos guías de lujo. También fuimos a Bayona, A Guarda y Santiago, e incluso a Póvoa de Varcim y Viana do Castelo en Portugal, donde probamos el frango portugués. A él le encantó todo lo que vio en Galicia desde el principio: las exclamaciones de asombro ya empezaron el primer día poco después de salir del aeropuerto de Santiago, y en seguida dijo que le gusta más Galicia que Madrid por el paisaje. Yo admiré todas las ciudades gallegas como jamás lo había hecho antes, y me costó despedirme de Santiago.
Vigo
Casco Viejo de Vigo
Pontevedra
Bayona
A Guarda
A Guarda
Praza do Obradoiro, Santiago
Póvoa de Varcim
Viana do Castelo
Iglesia de Santa Lucía, Viana do Castelo
Una de las experiencias que más gustaron a mi novio fue el paseo en barco que dimos por la Ría de Vigo, donde disfrutamos de unas vistas geniales y vimos delfines. Tuvimos tiempo para hacer cosas de lo más variadas: visitamos uno de los pocos castillos que quedan en Galicia (elCastillo de Sotomayor), nos emborrachamos en el parque y vimos los fuegos del Apóstol enSantiago, y fuimos de camping con todos mis amigos en el monte, por lo que pasamos un tiempecillo arrancando malas hierbas para hacer sitio y limpiar la zona. Para una persona nacida en Taipei, esta experiencia fue completamente nueva.
Puente de Rande
Castillo de Sotomayor
Siempre había algo que hacer. Fuimos alFestival Meiramar Axoúxeres de baile gallego, gracias al que mi novio descubrió las muiñeiras y yo me emocioné al verlas. Vimos la procesión marítima de la Virgen del Carmen, que despertó una morriña inesperada en mí. Mi padre nos llevó a una bodega de vino Albariño, que sorprendió a mi novio por su buena calidad y bajo precio.
Ir a la playa también fue casi una novedad para el extranjero del grupo, que quería llevar vaqueros y camiseta en verano. Cuando fuimos se dio cuenta de lo ridícula que era esa idea, aunque yo se lo había advertido.
En nuestras excursiones al monte, le hablamos sobre los dólmenes y las mouras, y no faltaron voluntarios para enseñarle español (especialmente insultos). También descubrió un nuevo animal: las babosas. Es un chico tan de ciudad que jamás había visto ninguna antes, y no sabía lo que eran.
Varias cosas llamaron su atención. Una de ellas fue que en mi casa tiráramos el pan al día siguiente de comprarlo, porque se ponía duro. Se lo quiso comer para que no lo tiráramos, y se arrepintió en cuanto lo probó. Las típicas fiestas de pueblo le hicieron gracia, ya que las colchonetas y demás atracciones le parecían "robadas de un parque de atracciones". También hubo pequeños detalles que no le gustaron, como que la gente hablase a gritos e interrumpiese constantemente.
La comida gallega lo conquistó, y volvió a Taipei con unos quilitos de más.El churrasco se convirtió en su comida favorita.
Pero no todo fue perfecto. Al volver noté que había perdido ciertas cosas. Las relaciones con mis amigos ya no eran tan cercanas como antes, aunque curiosamente con mi familia tengo una conexión más fuerte.Cuando estás fuera de casa demasiado tiempo deseas volver y que nada haya cambiado. Pero el tiempo no perdona. De que Galicia es el paraíso no me cabe duda. En mi última visita me di cuenta de que mi lugar de nacimiento es realmente único. Durante más de un mes, me sentí rodeada de cosasnuevas y viejas al mismo tiempo, y cada sitio me parecía un tesoro por descubrir. Pero quedarme a vivir allí no es una opción. El paraíso es
demasiado aburrido para mí.
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